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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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botella de Jack Daniel’s.

—Dame un trago —dijo Boris—. La muñeca me duele un huevo. Empieza

tú a recoger la comida. Yo me quedaré aquí vigilando a la tarada.

Shaun se llevó la botella consigo y fue dando sorbitos mientras inspeccionaba

la cocina. Los armarios estaban bien surtidos de cosas ricas, del tipo que le

gustaban a él. Dentro de la nevera caliente había un pollo asado. Le arrancó un

muslo y le dio un mordisco. Aún sabía bien. Cerca del fregadero había un tarro

de mantequilla de cacahuete y otro de mermelada de fresa. Sobre la encimera

había una cuchara con restos de las dos. Cuando era pequeño él también solía

comérselas juntas, hundiendo la cuchara en los dos botes.

Echó un vistazo al pequeño vestíbulo que daba al patio trasero, abrió el

escobero y luego miró en el armario grande que había debajo del fregadero.

De vuelta a la sala, Shaun tomó un buen trago de bourbon.

—No hay nada en la cocina —le mintió a Boris.

Boris se apartó de la aterrada mujer.

—Bueno, hay muchos más sitios donde buscar. Larguémonos de aquí.

Fueron de casa en casa hasta que acabaron exhaustos, y en el caso de Shaun,

borracho. A un cuerpo flacucho, el alcohol le subía más deprisa que a uno gordo.

Si llamaban a una puerta y alguien les gritaba que se marcharan, se daban media

vuelta. Cuando accedían al interior forzando la entrada, se mantenían a distancia

de los enfermos pasivos o asustados, ahuyentaban a los agresivos golpeándolos

con el canto romo de sus machetes y luego saqueaban la vivienda. Hicieron un

montón de viajes para transportar el botín a su casa, hasta que Boris dijo que su

muñeca dolorida necesitaba un descanso. Con tanto bourbon, Shaun estaba

demasiado acelerado para parar. Dejó a Boris tumbado en el sofá y le dijo que

volvería enseguida. Cogió un mazo que había encontrado en uno de los garajes y

salió. Hacía una tarde otoñal espléndida. Las hojas amarillentas caían mecidas

por la brisa y se posaban sobre la hierba sin cortar. Blandiendo su poderoso mazo,

Shaun fue puerta por puerta destrozándolas y gritando: «¡Sois libres, pajarillos,

largaos volando de aquí!». Al caer la noche, las calles del barrio estaban llenas de

hordas errantes de hombres, mujeres y niños hambrientos y confusos.

Tras hacer inventario de sus provisiones, Mandy y Rosenberg decidieron

explorar el edificio del laboratorio para ver si podían mejorar su situación. Tenían

comida suficiente como para una semana, pero los grifos anunciaban un

inminente corte de suministro y estaba claro que necesitarían agua. Tras romper

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