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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—El señor Holland quiere que vayan los dos. Su esposa no respira bien.

Echaron mano de su instrumental y le dijeron a Jeremy que vigilara el fuerte.

Se encontraron lo que Jamie se esperaba. El tumor cerebral había ido

creciendo poco a poco y le presionaba el bulbo raquídeo. Llegaría un momento,

inevitable, en que dejaría de respirar.

A Holland, apartado en un rincón, se le veía pequeño e insignificante.

Morningside era quien llevaba la voz cantante en la enfermería improvisada, y

fue ella quien les describió el nuevo problema.

—Ha empezado a tener episodios de respiración muy profunda, seguidos de

episodios en los que casi deja de respirar.

—Se llama respiración de Cheyne-Stokes —explicó Jamie—. La presión

dentro del cráneo empuja el cerebro contra el centro que controla la respiración.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó Morningside.

—Me temo que no.

Holland habló con un hilo de voz apenas audible.

—¿No puedes operar, Connie?

—Ya hemos hablado de esto —contestó la doctora—. No serviría de nada.

—Dios mío.

No tuvieron que esperar mucho. Al cabo de cinco minutos, estaba muerta.

Morningside alisó las sábanas sobre su cuerpo y salió del cuarto despacio. Jamie

la oyó recorrer el pasillo y cerrar la puerta de su dormitorio.

Al volver a la cabaña, Jamie y Connie se llevaron un susto. El salón estaba

vacío y el puzle tirado en el suelo sin terminar. Las habitaciones de los

dormitorios estaban cerradas. Irrumpieron en el cuarto de las niñas, donde

encontraron a Kyra y a Jeremy bajo las mantas.

—¡Jeremy, levanta y sal de aquí cagando leches! —gritó Jamie—. Se supone

que tenías que cuidar de ellas, no… En fin, ya sabes qué.

Jeremy se cayó de la cama del susto.

—Lo siento, señor. Una cosa llevó a la otra. Estamos enamorados.

—Ya lo veo. Anda, vete ya.

—¿Puede quedarse Jeremy? —preguntó Kyra haciendo un puchero.

Jamie solo tenía una palabra para ella.

—No.

Con no poco nerviosismo, entreabrieron la puerta del dormitorio de Dylan y

se lo encontraron entrelazado con Emma, abrazándose semidesnudos.

—No pierdas los estribos —dijo Connie—. Es algo natural.

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