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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—No te tortures. Mira alrededor. ¿Qué crees que pasa tras esas puertas

cerradas? Todo se está yendo a la mierda y tú no puedes salvarlos a todos. Si de

verdad quieres hacer algo bueno, pongámonos en marcha cuanto antes.

La zona de carga del monovolumen iba hasta los topes y las chicas estaban

instaladas en los asientos traseros con los cinturones abrochados. Jamie dio una

última vuelta por la casa, preguntándose si volvería alguna vez. La presencia de

Carolyn se había diluido con los años, pero todavía impregnaba sus paredes. En

el coche no había espacio para los álbumes de fotos. Jamie cogió una fotografía

con un marco de latón que estaba en la sala de estar. En ella aparecían dos

jóvenes padres felices y su pequeña abriendo los regalos bajo el árbol de Navidad.

De vuelta en el coche, Linda le preguntó cuánta gasolina tenían. Él respondió

que medio depósito y ella dijo que no sería suficiente, y que sin electricidad los

surtidores no servirían de nada. Le pidió que bajara al sótano a por un bidón de

gasolina vacío y una manguera de jardín. Jamie observó cómo cortaba un trozo de

manguera con una navaja automática.

—Pensaba que eran ilegales —dijo él.

—No para las fuerzas del orden, aunque ya no estoy segura de que haya algo

que sea ilegal.

Jamie se quedó impresionado ante la destreza con que extraía la gasolina de

su sedán para llenar la lata. Cuando el depósito del monovolumen estuvo lleno,

emprendieron la marcha.

La primera parada fue en casa de Linda. Ella entró a toda prisa y salió poco

después con dos bolsas de ropa y un par de abrigos de invierno. Jamie le advirtió

que había una cara en una de las ventanas de la planta baja.

El sol brillaba con fuerza y Linda se llevó una mano a la trente para

protegerse del resplandor.

—Es mi casero. Lo ha pillado seguro, tiene toda la pinta. Que se joda. Una

parada más, ¿vale?

La comisaría de Brookline estaba en el Complejo de Seguridad Pública

situado en Washington Street. Linda le dijo a Jamie que parara en el

aparcamiento de servicio, que estaba lleno de coches patrulla abandonados.

Habían destrozado algunas de las ventanas de la parte de atrás del edificio, y

Jamie procuró evitar los cristales desperdigados por el asfalto. En una situación

normal, Linda habría usado su tarjeta magnética para entrar, pero, como no había

electricidad, recurrió a la llave de repuesto. A medida que pasaban los minutos,

Jamie no hacía más que esperar nervioso.

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