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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Se supone que no volverías a llamarme gordo —replicó él, escogiendo la

ficha del hombre de jengibre verde.

Al cabo de dos partidas, la niña se quedó dormida y Shaun la llevó en brazos

hasta el sofá. Boris se quitó por fin la máscara y ambos estuvieron bebiendo

bourbon un rato, hasta que Shaun se acordó de que había olvidado mencionar que

había visto pasar los coches de los NK.

—Si acaban de pasar por el barrio, ya no volverán esta noche —dijo Boris.

—Ya. ¿Y…?

—Pues que tendríamos que hacer nuestra ronda. Deberíamos echar un

vistazo a ese sitio que tenía las luces encendidas.

—¿Junto al hospital?

—Sí, junto al hospital. Si hay electricidad, podemos instalarnos allí arriba.

Jugar a la Xbox, poner vídeos, llevar nuestro microondas y preparar comida

caliente.

—¿Y qué hacemos con ella?

—La dejaremos durmiendo. Aquí estará bien.

Entonces oyeron una vocecilla:

—De eso nada.

—Pequeña, ¿estás despierta? —dijo Shaun.

—Yo quiero ir.

Shaun le explicó que fuera estaba muy oscuro y que además pensaban ir en

sus bicicletas. Keisha repuso que no le importaba la oscuridad y que tenía su

propia bici en la casa. La niña le insistió a Shaun, este le insistió a Boris, y

cuando este por fin cedió, Shaun anudó un pañuelo en torno a la boca y la nariz

de Keisha, la ayudó a ponerse la chaqueta y los tres exploradores enmascarados

salieron a la noche.

Rosenberg tenía muchísima más paciencia que Mandy para hacer frente a las

exigencias del proceso artístico. A medida que caía la noche, ella hacía pausas

cada vez más largas para leer o para improvisar un poco de cena mientras él

continuaba pintando.

—¿Cuánto tiempo piensas seguir trabajando?

—¿Hasta que esté terminado?

—No deberíamos tener la luz encendida.

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