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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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conforme veían a la banda acercarse a su casa.

A K se le veía cada vez más frustrado.

No conseguía dar con la leche que buscaba y estaba claro que alguien ya había

limpiado su territorio.

—Una más y lo dejamos —le dijo a Easy, cuya capucha estaba manchada de

sangre, de un hombre al que había golpeado con su mazo—. ¿Qué tal esa de ahí?

Boris vio que apuntaba directamente a su casa. Se agachó aún más,

fundiéndose en una masa de puro terror.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Shaun encogiéndose de miedo.

—Que vienen, tío. Vienen para acá.

—¡Larguémonos ya!

—No puedo moverme, tío. No puedo —dijo Boris, y empezó a vomitar.

Los NK ya estaban cruzando la calle en dirección a la casa cuando el chico

que vigilaba los coches vio algo y se puso a gritar para alertar a K.

—¡Joder, tío, joder! ¡Detrás de vosotros!

Estaban doblando la esquina de la calle, debían de ser unos treinta. Habían

estado vagando sin ganas y sin rumbo, pero arrancaron a correr

desesperadamente hacia los NK en cuanto los vieron. Había hombres y mujeres,

y unos cuantos niños. Algunos chillaban. Unos alaridos angustiosos.

K no podía saber que estaban hambrientos. Tampoco podía saber que estaban

asustados y confundidos, pero supo al instante que aquella gente era peligrosa. Se

movían como guiados por un feroz instinto de supervivencia, y además eran un

montón.

—¡Mierda! —masculló Easy—. ¡Retrasados!

Shaun oyó los gritos y se asomó a la ventana. Reconoció enseguida a la horda

que se abatía sobre los NK: era la gente que él había liberado.

—Mis pajarillos —musitó.

K empezó a disparar mientras él y sus secuaces echaban a correr hacia los

vehículos. Algunos cayeron. Otros se dispersaron. Otros siguieron avanzando. K

y sus hombres llegaron a los coches y se montaron a toda prisa, pero el más joven

de los NK, un chico de diecisiete años que estaba flaco como un palillo, fue

atrapado por uno de aquellos depredadores, un tipo corpulento que lo sacó a

rastras del Escalade mientras él gritaba y pataleaba. El grandullón desapareció

con él detrás de una valla. Al oír sus escalofriantes gritos, K supo que aquel

chaval no acabaría bien.

—¿Intentamos salvarlo? —preguntó Easy.

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