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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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donde se necesitaba.

Trabajó durante todo el día hasta muy tarde, sustentada solo por un par de

sándwiches de queso. Por lo general era una criatura de hábitos nocturnos, pero

la tensión de los últimos días había socavado su capacidad de aguante. A las ocho

y media se acurrucó en el sofá y apagó la lámpara portátil.

Mientras esperaba a que la venciera el sueño, se preguntó si no estaría

soñando. Una luz se movía por todo el despacho, surcando las paredes y el techo

con destellos frenéticos. Cuando cayó en la cuenta de que aún tenía los ojos

abiertos, se incorporó en el sofá y vio que el haz luminoso procedía del otro lado

de las ventanas. Se acercó sigilosamente y se asomó. En el camino que conducía

al aparcamiento, había alguien apuntando con una linterna hacia su edificio, en

concreto a la tercera planta. La figura apenas se veía en la oscuridad, pero

entonces enfocó la luz hacia su cara.

Era Stanley Rosenberg.

Mandy bajó corriendo los tres pisos y le abrió la puerta.

—¿Me has echado de menos? —preguntó él.

—No sabes cuánto.

—No había timbre y tampoco podía llamarte. Así que he improvisado.

—Anda, pasa.

—Tengo las bolsas en el coche.

—¿Has venido para quedarte? —preguntó ella, esperanzada.

—Si me aceptas… Creo que estamos hechos el uno para el otro, siempre que

estés dispuesta a pasar por alto los cuarenta años de diferencia.

Después de trasladar todas sus pertenencias a la tercera planta, Rosenberg

dispuso su vieja colchoneta de acampada junto a una de las paredes del

laboratorio principal. Mandy le ofreció una taza de té. El único lujo eléctrico que

se permitía era el microondas; estaba enchufado a una de las tomas de corriente

del congelador. Sentados en taburetes frente a la mesa, los dos vecinos charlaron

y rieron durante un rato, iluminados por la potente luz de la lámpara de pilas de

Rosenberg.

Abajo, en el aparcamiento, cuatro ojos saltones de insecto miraban hacia arriba a

través de sus máscaras antigás verdes.

—¿Crees que ahí tendrán electricidad? —preguntó Boris apoyando todo su

peso en el manillar de la bicicleta.

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