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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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aunque su mano izquierda también era un guiñapo sanguinolento. Los huesos de

la muñeca y los dedos, totalmente descarnados, estaban desperdigados por el

suelo. El agente Kelso, un tipo corpulento y barrigudo, estaba acurrucado en un

rincón, con toda la boca y la amplia pechera de su camisa azul empapadas de

sangre.

Edison sacó la pistola y se acercó a su hijo.

—Pero ¿qué cojones has hecho aquí dentro, Ernie? —le preguntó al agente.

Este gruñó y miró alrededor del despacho como si buscara algún sitio por

donde salir huyendo.

—Se lo está comiendo, papá —dijo Joe.

—Eso ya lo veo —replicó Edison—. Mírale los ojos. Está claro que se ha

infectado.

—¿Cuánto tiempo crees que llevan aquí dentro?

—El suficiente para que a Ernie le entrara hambre. El tipo ya comía como un

cerdo cuando estaba normal. Seguramente el jefe también estaría infectado. De lo

contrario habría ofrecido más resistencia.

—¡Eh, Kelso, cabrón enfermizo! —le gritó Joe—. ¿Sabes quién soy? ¿Te

acuerdas de que siempre me andabas jodiendo?

—No se acuerda de una mierda —dijo Edison.

—¿Y qué hacemos ahora?

Edison disparó una vez. Alcanzó a Kelso justo encima de un ojo.

—Así nos ahorramos el trabajo. —Cogió las llaves del bolsillo del jefe Martin

y se las lanzó a su hijo—. Vacía el armario de las armas. Este pueblo ahora es

nuestro.

Cumplieron su promesa y fueron a buscar a Brittany antes de ir a la tienda.

La puerta del colmado estaba abierta y Joe entró primero para echar un vistazo.

Salió al cabo de un minuto, tras rebuscar por todas partes.

—¿Nada? —preguntó su padre.

—Para comer, nada. Tampoco hay pilas ni baterías. Pero he encontrado esto.

Joe levantó una pala de madera con una goma larga de la que colgaba una

pelotita roja.

Brittany se mostró encantada con el regalo y trató de golpear la bola con la

pala.

—Ve a jugar a la camioneta —le ordenó su padre—. Volveremos en unos

minutos.

—¡Ey, Joe!

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