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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Ya conocía la respuesta, pero quería que ella lo dijera. Aquel día en la iglesia

le tachó de intolerante y blasfemo, y no le había sentado nada bien que una mujer

lo llamara eso en público.

—Me han atacado —respondió—. No saben quién soy. Han perdido por

completo el juicio, que Dios los asista.

Edison se regodeó.

—Atacado… ¿cómo?

Ella lo fulminó con la mirada.

—¿Con sus pollitas? —se mofó Joe.

—Mirad esa carita piadosa —dijo Edison—. Está claro que eso es lo que ha

pasado.

—¡Cuándo llegue tu hora, Blair Edison —gritó ella—, el Señor te arrojará de

cabeza al infierno y arderás eternamente por todas tus maldades!

—Bueno, Monica, ya me dirás cómo están las cosas por allí. Me imagino que

aquello estará muy abarrotado, pero ¿sabes cómo podré encontrarte? Tú serás la

que le esté comiendo el rabo a Satán.

La mirada de odio de la mujer no duró mucho: un leve gesto de sorpresa la

reemplazó cuando la bala le perforó la frente.

Mickey parpadeó, estupefacto.

—Señor Edison, está hecho usted un auténtico cabronazo.

—¿Ah, sí? Pues se ve que sí.

Edison le ordenó que fuera a la cocina a por algo de comida.

—¿Para qué?

—Ya lo verás.

—Y tú, Joe, busca las llaves del autobús. A ver si arranca.

Reprimiendo su gula, Mickey regresó con una caja de galletas saladas Ritz y

una bolsa de ganchitos de queso. Esperaron en el recibidor a que Joe volviera y,

cuando lo hizo, dijo que el autobús había arrancado sin problema.

Edison cogió la caja de galletas y subió las escaleras pasando por encima del

cuerpo de Monica.

Se plantó ante la puerta del dormitorio principal, con Joe y Mickey detrás.

Respiró hondo varias veces para prepararse y abrió de golpe.

El pastor Snider y sus cinco hijos estaban de pie, visiblemente sobresaltados

tras oír el disparo. El cuarto estaba hecho un desastre y olía a letrina atascada.

Edison arrojó unas cuantas galletas dentro y todos se abalanzaron sobre ellas

como perros hambrientos. Eso les dio espacio suficiente para entrar en la

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