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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—¿Y los chicos también saben su nombre?

—Sí. Ve a su cuarto a comprobarlo.

—Es un buen comienzo —dijo él—. A partir de mañana, quiero que les

enseñes que yo soy su padre, que son unos Edison y que viven en una granja. Y

enséñales más palabras. Quiero poder hablar con ellos y que ellos me respondan.

Ponte las pilas, Gretchen, y te dejaré ver a tus otros hijos.

Edison bajó a la cocina y cogió una bolsa de galletitas con trocitos de

chocolate. Luego se encaminó a su despacho y metió la llave en el candado que

había atornillado al marco de la puerta. Trish Mellon estaba tumbada en el sofá

cama, desnuda, tal como él la había dejado. Edison puso la lámpara sobre la

mesa, que proyectó un agradable resplandor amarillento sobre las suaves carnes

de la joven veinteañera. Trish no sabía quién era. No sabía que había estado

casada con alguien llamado Craig ni que ahora estaba muerto. Ni siquiera sabía

qué significaba estar muerto. Tan solo sabía que tenía hambre y que en esa bolsa

había unas cosas deliciosas llamadas galletas. Y también sabía cómo conseguirlas,

porque Edison se lo había enseñado.

Blair Edison abrió la bolsa y se bajó la bragueta.

Amaneció una mañana fresca, de sol intenso y cegador. Edison se levantó

temprano para dar de comer al ganado, y después a los chicos en el granero. Le

sorprendió descubrir que tanto animales como humanos se comportaban de un

modo muy parecido. Todos reaccionaban al ver y oír la comida; todos respondían

ante una voz tranquilizadora. Comprobó el generador del cobertizo de secado de

carne. El depósito estaba a tres octavos de su capacidad, así que necesitaría más

gasóleo. Si conseguía suficiente, podría pensar en suministrar electricidad a la

casa principal, pero ya se ocuparía de eso más adelante. La carne que había

colgado estaba ya bastante curada. Las frías temperaturas otoñales la conservarían

de forma natural y podrían comérsela antes de que le diera tiempo a pudrirse, de

modo que decidió apagar el generador. De vuelta a la casa, pasó junto a la tienda

de Mickey y lo llamó. Cuando la cremallera se abrió, Edison echó un vistazo al

interior y vio a Jo Ellen Snider durmiendo en un saco.

—Prepárate —le ordenó a un soñoliento Mickey—. Dale de comer y llévala a

la casa. Puedes encerrarla en la bodega del sótano.

—Sí, señor Edison —contestó el muchacho—. Eso está hecho.

Su siguiente parada fue el autobús. Aporreó la puerta hasta que por fin

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