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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Aquello no era un asesinato, se dijo Mandy. Era un acto de misericordia.

—Voy a usar una almohada —dijo Rosenberg—. Obviamente, le he estado

dando muchas vueltas. Si tuviera analgésicos, los utilizaría. Tú no tendrás

pastillas, ¿no?

—Me temo que no.

—Oh, bueno. No Soportaría hacerlo de otra manera. Con una almohada, al

menos no tendré que verle la cara.

—¿Por qué me necesitas para hacer esto, Stanley? —preguntó ella con un hilo

de voz.

—Está bien, te lo contaré. La idea de hacerlo solo me parece una barbarie.

Hacerlo en presencia de otra persona, una buena persona…, creo que marca

cierta diferencia. Contar con un testigo hace que me resulte un acto más racional,

más meditado. ¿Tiene algún sentido?

—Supongo que sí. ¿Quieres que me quede aquí y ya está?

—Sí, ahí está bien. Y después te necesitaré para que me ayudes a bajarla por

las escaleras. ¿Te importa si antes digo una oración?

—Creía que dijiste que no rezabas.

—Dije que normalmente no rezaba. Y esta no es una situación normal.

Stanley entrelazó las manos a la altura de la cintura, bajó la cabeza y, de pie

ante la cama, recitó en hebreo:

—El malei rachamim, shochayn bam’romim, hamtzay m’nucha n’chona al kanfay

Hash’china, b’ma-alot k’doskim ut-horim k’zo-har haraki-a mazhirim, et nishmat

Camila, shehalcha l-olamah. —Y, girándose hacia Mandy, tradujo—: Quiere decir:

«Oh, Dios lleno de compasión, que mora en las alturas, otorga merecido reposo

en las alas de la Presencia Divina, en las excelsas esferas de los santos y puros que

brillan con el resplandor del firmamento, al alma de Camila, que ha pasado a su

mundo». El tiempo verbal es erróneo, porque aún no nos ha dejado. Pero, por lo

que yo sé, no hay ninguna oración para lo que me dispongo a hacer. Y tampoco

es que pueda consultarlo ahora con un rabino.

Terminó la oración por el alma de los difuntos y cogió una almohada que

estaba sobre una silla.

—¿Estás preparada?

Mandy no estaba segura de si la pregunta iba dirigida a ella o a su esposa,

pero contestó que sí.

—Camila, sabes que te adoro. Hemos disfrutado de una vida maravillosa

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