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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—No, no son hombres malos. Me cago en todo, ya cojo yo las armas.

Mientras Joe se acercaba con cautela, con el fusil apuntando al parabrisas,

Jamie se volvió hacia Linda.

—Dios mío, míralos. Creo que todos menos este tío están infectados.

Joe recogió las armas del suelo y retrocedió corriendo hasta situarse delante

del Volvo.

—Vale, echaré un vistazo más a fondo. Si me habéis mentido y veo más

armas ahí dentro, mis muchachos os acribillarán.

Joe llevaba una linterna táctica en el riel de su fusil, que utilizó para explorar

el interior del vehículo. Se detuvo un rato en el asiento de atrás, y las niñas se

taparon los ojos.

—¿Quiénes son? —preguntó Joe.

—Nuestras hijas.

—¿Estáis casados?

—No. Nuestras hijas son muy amigas —explicó Jamie.

—¿Eres capaz de hablar? —preguntó Joe a Linda.

—Soy capaz de muchas cosas.

—Seguro que sí. ¿Es ahí dónde está herida? ¿En el brazo?

—Alguien nos ha disparado en la autopista —respondió Jamie—. Tiene un

trozo de cristal clavado en el músculo.

—¿Adónde ibais?

—A Indianápolis.

—¿Por qué?

—Tengo una amiga allí.

—Viajáis con poco equipaje.

—Nos robaron el coche.

—O sea que vosotros se lo robasteis a algún otro.

—Algo así.

—Eso me gusta. Demuestra iniciativa. ¿Cómo te llamas?

—Jamie Abbott.

—Pues veréis, doctor Jamie Abbott y Señorita Sabelotodo. Podemos

ayudaros, porque parecéis buena gente. Nuestra hacienda no queda muy lejos.

Allí tenemos algo de material médico. Dejad el coche aquí y subios al autobús.

Joe los sentó en la parte delantera del autobús y, antes de ocupar el asiento del

conductor, les dejó bien claro a los milicianos que no eran hombres malos.

—Tienen la enfermedad —le explicó a Jamie.

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