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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—No especialmente.

—Entonces mantén cubierto tu aparato respiratorio.

Boris tenía un curioso dominio del lenguaje.

Para él, la manera más segura de cometer pillajes estaba más que clara:

necesitaban mejores aparatos, así que el dúo se convirtió en la primera

avanzadilla de saqueadores de la tienda de excedentes del ejército Speedway.

Cuando el ladrillo que lanzó Boris impactó contra el gran escaparate y se disparó

la alarma, Shaun se puso muy nervioso y corrió a esconderse al otro lado de la

calle. Pero cuando cayó en la cuenta de que la policía no iba a presentarse, fue a

buscar a su amigo al interior de la tienda para ver lo que estaba haciendo.

Boris apareció desde detrás de una vitrina, con su rollizo rostro enfundado en

algo grotesco.

—Joder, tío —dijo Shaun—. No me pegues estos sustos.

La máscara de goma color verde moco le cubría toda la cara, con unas

grandes lentes ovales sobre los ojos y un disco de filtro con rosca a la altura del

morro. Parecía el insecto de Kafka.

La careta amortiguó la profunda voz de Boris.

—Es de Israel. En la etiqueta pone que es NBQ. Eso significa que protege

contra riesgos nucleares, biológicos y químicos.

—¿Y de qué tipo es el virus del queso suizo?

—Te daré una pista: no es nuclear ni químico. Toma, ponte esta.

Shaun desgarró la bolsa de plástico. Se ajustó las correas de la máscara y le

preguntó a su amigo cómo le quedaba.

—Si nos invade una raza de bichos alienígenas gigantes, por fin podrás tirarte

a alguien.

Pero Shaun ya se había alejado en dirección a otra vitrina en la que se

exponían cuchillos, bayonetas y machetes. Estaba cerrada, así que agarró un pico

de un estante cercano. Como tenía los ojos protegidos, cortesía de los israelíes,

destrozó el cristal con impunidad y se guardó en los bolsillos un par de cuchillos

de supervivencia del cuerpo de marines. Luego cogió un machete de unos sesenta

centímetros del ejército colombiano y lo blandió ante su amigo para que lo

admirara.

—¡Ualaaa! —exclamó Boris—. Dame otro para mí.

La alarma había atraído a una pequeña multitud de vecinos del barrio, y unos

cuantos jóvenes entraron a través del escaparate hecho añicos; ninguno llevaba

cubiertas la boca ni la nariz.

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