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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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compro para la semana.

—Si te encargas de las chicas, yo iré a buscar provisiones.

—¿Tienes muchas cosas almacenadas en casa?

—Empezaré por ahí, luego ya veré por dónde seguir.

Así fue como pasaron a convertirse en equipo, aunque Jamie no sabía muy

bien cómo sentirse al respecto. Siempre había sido muy reservado y le gustaba su

soledad. Pero estaba claro que Linda era una persona eminentemente pragmática

y, ante la perspectiva de un futuro tan incierto, no estaba dispuesto a prescindir

de ella. Además, Kyra parecía ejercer un efecto tranquilizador en Emma.

Después de que Linda se fuera, Jamie puso en una bandeja dos tazones con

cereales de avena y rodajas de plátano, y subió al cuarto de las chicas. Estaban

dormidas, acurrucadas muy juntas en la cama de Emma. Se sentó y se quedó

observándolas basta que Emma olisqueó la comida y abrió lentamente los ojos.

Su mirada iba de Jamie a la bandeja. El día anterior lo había mirado con un

miedo abyecto. Hoy, al menos, su expresión era neutra.

—Hola, Emma —dijo en un tono suave y pausado. Se señaló el pecho—. Soy

tu papá. Papá. Te acuerdas de mí, ¿verdad?

Estaba casi seguro de que sí, esa era la esperanza a la que se aferraba. Carrie

Bowman había demostrado que su paciente, Andy Soulandros, había vuelto a

aprender algunas cosas sencillas que había olvidado.

—¿Tienes hambre? —le preguntó, dándose palmaditas en el estómago y

simulando llevarse cucharadas a la boca—. ¿Hambre?

Sostuvo en alto uno de los tazones y Emma se deslizó fuera de la cama. Al

hacerlo, Kyra se despertó y miró el tazón de cereales.

—Buenos días, Kyra. Soy Jamie, el papá de Emma. ¿Te acuerdas de mí? ¿Tú

también tienes hambre?

Emma le arrebató el tazón de las manos y hundió la cara en él para intentar

llegar a la comida, pero el bol era demasiado hondo. Jamie le entregó una

cuchara. Ella la agarró de forma instintiva y empezó a comer a cucharadas. Kyra

saltó de la cama, cogió el otro tazón y luego la cuchara que le tendió Jamie, tal

como había hecho su amiga.

—Teníais hambre, ¿eh, chicas? —dijo Jamie cuando acabaron de comerse los

cereales—. Ahora iréis al lavabo y luego os daré algunas clases. ¿Vale?

La incomprensión que reflejaban sus rostros no lo deprimió tanto como el día

anterior. Ya se había resignado: sería un proceso muy largo. Emma estaba viva y

físicamente fuerte. La tos había remitido y Jamie creía que ya no tenía fiebre. Le

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