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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Una vez encendidos los fuegos, se ponían manos a la obra con el desayuno, que

cocinaban al estilo de la frontera sobre una parrilla en el fuego de leña, mientras

el café se calentaba en el fogón. Entones llegaba el momento del primer conflicto

del día.

Jamie había insistido en cerrar la puerta del dormitorio de Dylan por fuera

con llave todas las noches. Había visto muestras suficientes del enamoramiento

entre Emma y él para convencerse de que se enrollarían en cuanto tuvieran la

menor oportunidad.

—Vamos a tener que poner un candado en esa puerta —había dicho Jamie.

—No pienso encerrar a mi hijo en su cuarto.

—No tenemos elección, Connie. No hay anticonceptivos. Un embarazo y un

parto son impensables en estas condiciones.

—Pon el candado en la puerta de las chicas, si eso es lo que quieres.

—Dylan descubrirá cómo desatornillarlo. Tiene maña con las herramientas.

—Reparó su propio coche —añadió Connie con cierto orgullo.

—Esa clase de memoria está intacta.

—Gracias, doctor Memorión.

—Mira, sé que estás cabreada conmigo, pero si cerrar su puerta con llave no

te convence, puedes dormir con él.

—No está bien que una madre comparta cama con su hijo casi adulto.

—¿Lo ves? Tú tampoco confías en él.

—Vete a la mierda, Jamie. A la mierda.

Al final, Connie dio su brazo a torcer y le pidieron un candado a Rocky.

Escondían la llave bajo una taza de café, y todas las mañanas, cuando Jamie iba a

por ella, Connie se sacaba de la manga alguna pulla nueva.

—Hombre, el guardián del zoo va a abrir la jaula de mi hijo.

Los niños se levantaban, se turnaban para ir al baño y se sentaban alrededor

de su única mesita, donde el perro mendigaba las sobras y Emma y Dylan se

ponían a tontear.

—Te he echado de menos —decía Emma.

—Yo también te he echado de menos.

—¿Quieres darme la mano? —decía él.

—Sí.

Emma estiraba el brazo por debajo de la mesa.

—De acuerdo.

Habían encontrado un tubo de pelotas de tenis en un armario, y Dylan fue a

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