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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Linda mostró su placa ante la cámara.

—Aquí estamos todos bien, agente. No hay nadie enfermo.

—Tengo que comprobarlo. Abran la puerta.

—No lleva mascarilla. Se supone que debería llevarla.

—Ya he estado expuesta, señora, y no me he infectado. No tengo que llevarla.

—No queremos correr el riesgo. Por favor, váyase.

—¿Tienen suficiente comida ahí dentro?

—Tenemos para unas pocas semanas, gracias.

Linda trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Un certero

disparo de su Glock bastó para descerrajarla.

El vestíbulo estaba recubierto de mármol veteado en blanco y negro. Una

majestuosa escalera conducía a la primera planta. Linda nunca se acostumbraría

al contraste entre su estilo de vida y el de gente como esa. Tanto espacio para tan

pocos. Tantas cosas bonitas. Oyó gritos de una mujer y de una niña. Se dirigió

hacia la blanca y reluciente cocina.

Le sorprendió descubrir lo joven que era la señora de la casa: unos treinta

años, tal vez menos. ¿Cómo podía llegar a ser tan rico alguien tan joven?

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó la mujer.

Llevaba unos tejanos ceñidos. La niña pequeña se escondía detrás de sus

largas piernas.

—Quiero comida. Luego me marcharé.

De repente, sintió como si le estallara el cerebro. Durante unos segundos no

existió nada más que el intenso dolor en su muslo derecho.

Se dio media vuelta. El hombre llevaba un suéter pijo y sostenía en alto un

palo de golf, preparado para golpear de nuevo. Pero eso no iba a suceder. La bala

le alcanzó en el hombro y, a juzgar por sus estremecedores alaridos, debía de

haberle destrozado el hueso.

—¿¡Por qué me has pegado!? —le gritó Linda.

El hombre se fue deslizando hasta desplomarse en el suelo de madera,

dejando un reguero de sangre en uno de los armarios blancos.

La joven esposa corrió hacia su marido, puso un paño de cocina sobre la

mancha roja del suéter gris y presionó.

—¡Papi! —chilló la niña.

—¡Por favor! ¡Llame a Emergencias! —le suplicó la mujer.

Linda torció el gesto.

—No vendrán. Ahora estáis solos.

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