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Suave Es La Noche

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el lago de Zurich y fueron todos los locos, y yo quería ir vestida con una colcha, pero no me<br />

dejaron...<br />

-¡Cálmate!<br />

-... así que me senté en el cuarto de baño y me trajeron un dominó y me dijeron póntelo. Y<br />

me lo puse. ¿Qué otra cosa podía hacer?<br />

-¡Cálmate, Nicole!<br />

-No esperaba que me fueras a querer. Era demasiado tarde. Pero lo único que te pido es<br />

que no entres en el cuarto de baño, el único sitio al que puedo ir cuando quiero estar sola,<br />

arrastrando colchas manchadas de sangre roja y pidiéndome que las arregle.<br />

-Cálmate. Venga, levántate.<br />

Rosemary, que había regresado al salón, oyó que se cerraba la puerta del baño con un<br />

portazo y se puso a temblar. Ahora sabía lo que había visto Violet McKisco en el cuarto de<br />

baño de Villa Diana. Contestó el teléfono que sonaba y casi dio un grito de alivio al ver que<br />

era Collis Clay, que la llamaba al apartamento de los Diver tratando de localizarla. Le pidió<br />

que subiera mientras se ponía el sombrero, porque tenía miedo de ir sola a su habitación.<br />

Libro Segundo<br />

En la primavera de 1917, cuando el doctor Richard Diver llegó a Zurich por primera vez,<br />

tenía veintiséis años, que s una edad excelente para un hombre; la mejor de todas, en<br />

realidad, si es soltero. Incluso en tiempos de guerra era una buena edad para Dick, que era<br />

ya demasiado valioso, se había invertido en él demasiado como para correr el riesgo de<br />

enviarlo al frente. Pensando en esto años después, le parecía que para lo bien protegido que<br />

estaba no había salido tan bien parado, pero tampoco estaba totalmente seguro de ello. En<br />

1917, ni se lo planteaba, y decía en tono de disculpa que la guerra no le afectaba en<br />

absoluto. <strong>La</strong>s instrucciones de las autoridades militares de las que dependía eran que debía<br />

completar sus estudios en Zurich y obtener un título tal como había planeado.<br />

Suiza era una isla, bañada a un lado por las oleadas de truenos de los alrededores de Gorizia<br />

y al otro por las cataratas del Somme y el Aisne. Por una vez parecía haber más extranjeros<br />

intrigantes que enfermos en los cantones, pero esto había que adivinarlo, pues los hombres<br />

que cuchicheaban en los cafetines de Berna y de Ginebra lo mismo podían ser vendedores<br />

de diamantes o viajantes de comercio. No obstante, todo el mundo había visto pasar los

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