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Dick tuvo que hacer un gran esfuerzo para perdonarle que no hubiera saludado primero a<br />
Nicole. Ésta los dejó casi inmediatamente después y Dick se quedó allí con Collis terminándose<br />
lo que quedaba del vino. A pesar de todo, Collis le resultaba simpático: era muy<br />
«posguerra»; más tratable que la mayoría de los sureños que había conocido en New Haven<br />
diez años antes. Dick escuchó divertido lo que le contaba a la vez que cargaba lenta y<br />
minuciosamente su pipa. Eran las primeras horas de la tarde y los niños empezaban a acudir<br />
con sus niñeras a los jardines de Luxemburgo. Era la primera vez en meses que Dick había<br />
dejado que esa parte del día se le fuera de las manos.<br />
De pronto se le heló la sangre al percatarse del contenido del monólogo confidencial de<br />
Collis.<br />
-... y no es tan fría como a lo mejor se piensa usted. Confieso que durante mucho tiempo yo<br />
también pensé que era fría. Pero yendo de Nueva York a Chicago en Pascua se vio metida<br />
en un lío con un amigo mío, un chico que se llama Hillis y que a ella en New Haven le<br />
parecía que estaba bastante chalado. Tenía un compartimiento con una prima mía, pero ella<br />
y Hillis querían estar solos, así que por la tarde mi prima se vino a nuestro compartimiento<br />
a jugar a las cartas. Bueno, pues después de que pasaran unas dos horas, fui a acompañar a<br />
mi prima a su compartimiento y nos encontramos a Rosemary y a Bill Hillis en el pasillo<br />
discutiendo con el revisor, Rosemary blanca como la pared. Parece ser que habían pasado el<br />
picaporte y bajado las cortinillas y allí debía estar pasando de todo cuando llegó el revisor a<br />
pedirles los billetes y golpeó la puerta. Ellos, al principio, se pensaron que éramos nosotros<br />
que les estábamos gastando alguna broma y se negaron a abrirle la puerta. Para cuando lo<br />
hicieron, el tipo estaba ya bastante furioso. Le preguntó a Hillis si era aquél su<br />
compartimiento y si él y Rosemary estaban casados, puesto que habían cerrado la puerta, y<br />
Hillis perdió la paciencia tratando de explicarle que no había pasado nada. Decía que el<br />
revisor había insultado a Rosemary y quería una pelea con él. Pero aquel revisor podía<br />
haberlos metido en un verdadero lío, y créame que me costó lo mío arreglar las cosas.<br />
A medida que se iba imaginando todos los detalles, y sintiendo envidia incluso por el<br />
percance compartido por la pareja en el pasillo, Dick notaba que se estaba operando un<br />
cambio en él. Bastaba que se interpusiera la imagen de una tercera persona en su relación<br />
con Rosemary, incluso la de alguien que ya hubiera desaparecido de su vida, para desequilibrarle<br />
y hacerle sumirse en el dolor, la desgracia, el deseo, la desesperación. Se<br />
imaginaba vívidamente la mano sobre la mejilla de Rosemary, el pulso que se aceleraba, la<br />
pura excitación de todo visto desde fuera, el inviolable secreto de aquel calor íntimo.<br />
¿Te importa que baje las cortinas?<br />
No, al contrario. Entra demasiada luz.<br />
Collis Clay se había puesto a hablar de la política de las hermandades de estudiantes en<br />
New Haven en el mismo tono y poniendo el mismo énfasis. Dick había llegado a la con-