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aire fatuo de los adolescentes de las novelas de Tarkington, apresurando el paso por los<br />
trozos en que no había puertas por miedo a perderse la salida de Rosemary de los estudios.<br />
Aquel barrio tenía un aire melancólico. En una puerta vio un rótulo que decía: 100.000<br />
chemises. El escaparate estaba lleno de camisas amontonadas, unas con corbatas, otras con<br />
relleno, otras plegadas ostentosamente sobre el suelo del escaparate. 100.000 chemises.<br />
¡Cuéntelas! A ambos lados, leyó: Papeterie, Pátisserie, Soldes, Réclames, y Constante Talmadge<br />
en Déjeuner de solea', y más allá había otros anuncios más sombríos: Vétements<br />
eclésiastiques, Déclaration de décés y Pompes Funébres. <strong>La</strong> vida y la muerte.<br />
Dick sabía que lo que estaba haciendo representaba un cambio de rumbo en su vida. No<br />
guardaba relación con nada de lo que lo había precedido; ni siquiera guardaba relación con<br />
el efecto que podría esperar que le causara a Rosemary. Ésta le veía siempre como un<br />
modelo de corrección, y el hecho de que estuviera merodeando por aquel lugar suponía una<br />
intrusión. Sin embargo, sentía la necesidad de comportarse así. Era como si al fin saliera a<br />
flote una realidad sumergida. Se sentía compelido a andar por aquel lugar, a estar allí, con<br />
las mangas de la camisa del largo preciso ajustadas perfectamente a las de la chaqueta, el<br />
cuello de la camisa como moldeado en torno a su cuello, su pelo rojo con el corte exacto y<br />
la mano agarrando la pequeña cartera con elegante descuido. Era la misma necesidad que<br />
había llevado a otro hombre, en otra época, a permanecer ante una iglesia de Ferrara en<br />
túnica de penitente y cubierto de cenizas. Dick estaba rindiendo una especie de homenaje a<br />
cosas no olvidadas, no confesadas, todavía íntegras.<br />
XXI<br />
Hacía tres cuartos de hora que Dick estaba allí cuando se vio de pronto entrando en<br />
contacto con una persona. Siempre solían pasarle cosas parecidas cuando menos ganas<br />
tenía de ver a nadie. Tanto se replegaba en sí mismo a veces, cuando se sentía vulnerable y<br />
quería pasar desapercibido, que su propia actitud frustraba a menudo sus propósitos, como<br />
le ocurre al actor que, al interpretar un papel sin ningún énfasis, hace que el público estire<br />
el cuello para verle mejor y concentre la atención en él y parece crear en los demás la<br />
capacidad de llenar los vacíos que él deja. Del mismo modo, casi nunca compadecemos a<br />
los que más necesitan y desean nuestra compasión, la cual reservamos para aquellos que,<br />
por otros medios, nos hacen ejercer la función de la compasión en abstracto.<br />
<strong>Es</strong>e mismo análisis podría haber hecho el propio Dick del incidente que se produjo.<br />
Mientras andaba por Rue des Saints-Anges, le dirigió la palabra un americano de unos<br />
treinta años, enjuto de cara, que tenía aspecto de haber tenido una vida dura y sonreía