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Rosemary buscó con la mirada a Dick y lo encontró con la anfitriona, con la cual había<br />
estado hablando desde que entraron. Se cruzaron sus miradas y él le hizo una ligera inclinación<br />
de cabeza, y en ese instante las tres mujeres cobra se dieron cuenta de la presencia de<br />
Rosemary. <strong>Es</strong>tiraron sus largos cuellos para verla mejor y clavaron sutiles miradas de<br />
crítica sobre ella. Rosemary les devolvió la mirada, desafiante, dándoles a entender que<br />
había oído lo que habían dicho. Luego, se deshizo de su exigente interlocutora con un gesto<br />
de despedida cortés pero preciso que acababa de aprender de Dick y se dirigió hacia donde<br />
él estaba. <strong>La</strong> dueña de la casa -otra chica americana alta y rica que exhibía con aire<br />
despreocupado la prosperidad nacional- le estaba haciendo a Dick innumerables preguntas<br />
sobre el hotel de Gausse, adonde era evidente que quería ir, y trataba insistentemente de<br />
vencer su resistencia. <strong>La</strong> presencia de Rosemary le recordó que no estaba cumpliendo con<br />
sus deberes de anfitriona, y echando una ojeada rápida a su alrededor, dijo:<br />
-¿Ha conocido a alguien divertido? ¿Ha conocido… señor...?<br />
Paseó la mirada tratando de encontrar a algún invitado del sexo masculino que pudiera<br />
interesarle a Rosemary, pero Dick dijo que tenían que marcharse. Se fueron inmediatamente<br />
y pasaron del breve umbral del futuro al asado repentino de la fachada de<br />
piedra.<br />
-¿<strong>Es</strong>pantoso, no? -dijo Dick.<br />
-<strong>Es</strong>pantoso -repitió ella como un eco obediente.<br />
-Rosemary...<br />
-¿Qué? -musitó, con voz asustada.<br />
-Lo que está pasando me hace sentirme muy mal. Rosemary comenzó a sollozar de dolor,<br />
convulsivamente. ¿Tienes un pañuelo?», balbuceó. Pero había poco tiempo para llorar, y<br />
los amantes se lanzaron a aprovechar con avidez los segundos que pasaban demasiado<br />
deprisa, mientras el crepúsculo verde y crema se desvanecía tras las ventanas del taxi y los<br />
signos rojo fuego, azul gas y verde fantasma comenzaron a brillar nebulosamente bajo la<br />
lluvia plácida. Eran casi las seis. <strong>La</strong>s calles estaban llenas de gente y los bistrots centelleaban.<br />
<strong>La</strong> plaza de la Concorde quedó atrás en todo su esplendor rosado al dar la vuelta el<br />
taxi en dirección norte.<br />
Al fin se miraron y pronunciaron sus nombres en un susurro, como si fueran palabras<br />
mágicas. Los dos nombres quedaron flotando suavemente en el aire, se desvanecieron más<br />
lentamente que otras palabras, otros nombres, más lentamente que la música en la mente.<br />
-No sé qué me pasó anoche -dijo Rosemary-. Tal vez fuera esa copa de champán. Nunca en<br />
la vida me había comportado de esa manera.