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Los McKisco se bajaron en Gibraltar. A la tarde siguiente, en Nápoles, en el autobús que<br />
les llevaba del hotel a la estación, Dick entabló conversación con una familia integrada por<br />
dos muchachas y su madre, que parecían desorientadas y nada felices. Ya se había fijado en<br />
ellas en el barco. Le invadió un deseo irresistible de ayudarlas, o de sentirse ad-mirado.<br />
Consiguió hacerlas reír, las invitó a beber vino y observó satisfecho cómo iban recobrando<br />
su natural egoísmo. Les hizo creer que eran esto y lo otro y, siguiendo su plan hasta el final,<br />
bebió más de la cuenta para mantener la ilusión, y durante todo ese tiempo las mujeres<br />
estuvieron convencidas de que les había llovido un regalo del cielo. Se separó de ellas<br />
cuando la noche empezó a decaer y el tren a traquetear y resoplar entre Cassino y<br />
Frosinone. Después de unas extrañas despedidas a la americana en la estación de Roma,<br />
Dick se fue al Hotel Quirinal más bien agotado.<br />
Mientras aguardaba en recepción, levantó de pronto la cabeza, asombrado. Como si<br />
estuviera bajo los efectos de una bebida que le bajaba ardiendo por el estómago y de<br />
repente enviaba una llamarada al cerebro, vio a la persona que había ido a ver, la persona<br />
por la que había cruzado el Mediterráneo.<br />
Rosemary le vio al mismo tiempo; le reconoció antes incluso de identificarlo. Le miró<br />
sorprendida y, dejando a la muchacha con la que estaba, se apresuró a ir a su encuentro.<br />
Procurando mantenerse erguido y conteniendo la respiración, Dick se volvió hacia ella. Al<br />
verla cruzar el vestíbulo con su belleza reluciente, como un caballo joven recién aceitado y<br />
con los cascos barnizados, se sintió como si despertara bruscamente de un sueño. Pero fue<br />
todo tan rápido que lo único que pudo hacer fue tratar de que no se diera cuenta de lo fatigado<br />
que estaba. En respuesta a la mirada confiada y llena de ilusiones de ella improvisó<br />
una forzada pantomima con la que quería decir: «¡Con lo grande que es el mundo y te encuentro<br />
precisamente aquí!».<br />
Ella puso sus manos enguantadas sobre las suyas en el mostrador de recepción.<br />
-Dick... estamos rodando Qué grande era Roma. O, por lo menos, eso creo. Podemos<br />
dejarlo cualquier día.<br />
<strong>La</strong> miró fijamente, tratando de cohibirla un poco para que no viera tan claramente su cara<br />
sin afeitar y el cuello arrugado de la camisa con la que había dormido. Afortunadamente,<br />
ella tenía prisa.<br />
-Empezamos muy temprano porque a eso de las once el cielo se nubla. Telefonéame a las<br />
dos.<br />
Una vez en su cuarto, Dick consiguió calmarse. Pidió que lo despertaran al mediodía, se<br />
desnudó y se sumió literalmente en un profundo sueño.<br />
No se despertó cuando lo llamaron sino a las dos, totalmente repuesto ya. Deshizo la maleta<br />
y dio los trajes a planchar y la ropa sucia a lavar. Se afeitó, se sumergió durante media hora