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Suave Es La Noche

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-¿No me piensa pagar?<br />

-Claro que le va a pagar -dijo Dick.<br />

De pronto le estallaron a Gausse con una llamarada todas las humillaciones que había<br />

tenido que soportar años atrás, cuando era ayudante de camarero en Londres, y avanzó, a la<br />

luz de la luna, hasta donde estaba <strong>La</strong>dy Caroline.<br />

<strong>La</strong> fustigó con una sarta de epítetos condenatorios y, al ver que le volvía la espalda con una<br />

sonrisa gélida, se adelantó, y con un gesto rápido le plantó el piececito en el más famoso de<br />

los blancos. <strong>La</strong>dy Caroline, a la que había pillado desprevenida, extendió los brazos como<br />

si hubiera sido herida de un disparo y cayó tendida a lo largo de la acera con su traje de<br />

marinero.<br />

<strong>La</strong> voz de Dick se impuso sobre sus gritos de furia: -Mary, hazla callar u os vais a ver las<br />

dos entre grilletes en menos de diez minutos!<br />

De regreso al hotel, el bueno de Gausse no dijo una palabra hasta que pasaron el casino de<br />

Jean-les-Pins, que seguía sollozando y tosiendo con la música de jazz. Entonces,<br />

suspirando, dijo:<br />

-Nunca había visto mujeres de esta clase. He conocido a muchas de las grandes cortesanas<br />

del mundo, y muchas veces me han inspirado gran respeto, pero mujeres como éstas nunca<br />

había visto.<br />

XI<br />

Dick y Nicole tenían por costumbre ir juntos a la peluquería y lavarse y cortarse el pelo en<br />

habitaciones contiguas. Nicole podía oír perfectamente el ruido de las tijeras, la cuenta de<br />

los cambios, los voilá y los pardon de la habitación donde estaba Dick. El día siguiente al<br />

regreso de éste fueron a que les lavaran y les cortaran el pelo bajo la brisa perfumada de los<br />

ventiladores.<br />

A la altura del Hotel Carleton, con sus ventanas tan obstinadamente cerradas al verano<br />

como si fueran las puertas de una bodega, pasó un coche delante de ellos y dentro iba<br />

Tommy Barban. Fue una visión fugaz, pero a Nicole le perturbó el hecho de que, en el<br />

instante en que la vio a ella, su expresión taciturna y pensativa se transformó en otra de<br />

animada sorpresa. Le hubiera gustado ir a donde él iba. <strong>La</strong> hora que iba a pasar en la<br />

peluquería le parecía uno más de los intervalos vacíos de que se componía su vida, otra pequeña<br />

prisión. <strong>La</strong> peluquera, con su uniforme blanco y su sudor que olía ligeramente a lápiz<br />

de labios y colonia, le recordaba a muchas enfermeras.

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