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Suave Es La Noche

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247<br />

Como tenía ganas de beber algo, pues se le había pasado la hora de la cena en la búsqueda,<br />

la condujo, confusa como estaba, al bar-restaurante, y después de que se sentaran en dos<br />

sillones de cuero y de pedir un whisky con soda y hielo y una cerveza, continuó:<br />

-El médico que le atendía debió equivocarse en el diagnóstico o algo así. <strong>Es</strong>pera un<br />

momento. Ni siquiera he tenido tiempo de pensarlo.<br />

-¿Se ha ido?<br />

-Cogió el tren de la tarde para París. Permanecieron un rato en silencio. Nicole parecía sumida<br />

en una inmensa y trágica apatía.<br />

-Fue una reacción instintiva -dijo por fin Dick-. Se estaba muriendo realmente, pero trató de<br />

recuperar el ritmo vital. No es la primera persona que salta de su lecho de muerte. <strong>Es</strong> como<br />

un viejo reloj: lo sacudes y por puro hábito se pone a andar de nuevo. Tu padre...<br />

-No me lo digas. No quiero saberlo -dijo Nicole.<br />

-Lo que más fuerza le dio fue el miedo -prosiguió Dick-. Le entró miedo y por eso saltó de<br />

la cama. <strong>Es</strong> probable que viva hasta los noventa años.<br />

No quiero oír nada más -dijo ella-. Por favor. No lo puedo soportar.<br />

-<strong>Es</strong>tá bien. El jovenzuelo al que vine a ver es un caso perdido. Podemos irnos mañana<br />

mismo.<br />

-No sé por qué tienes que entrar en contacto con ese tipo de cosas -estalló Nicole.<br />

-Ah, ¿no lo sabes? Hay veces que tampoco 1o sé yo. Ella le tocó la mano.<br />

-Oh, perdona, Dick. No sé cómo he dicho eso.<br />

Alguien había llevado un gramófono al bar y se quedaron un rato en silencio escuchando<br />

<strong>La</strong> boda de la muñeca pintada.<br />

III<br />

Pasó una semana. Una mañana, al ir a ver si había correo para él, Dick se dio cuenta de que<br />

se había producido un cierto alboroto afuera: uno de los pacientes, Von Cohn Morris, se<br />

marchaba. Sus padres, que eran australianos, estaban colocando su equipaje con<br />

vehemencia en una gran limusina y, a su lado, el doctor <strong>La</strong>dislau trataba sin ningún resultado<br />

de oponer sus gestos de protesta a los violentos ademanes de Morris padre. Morris

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