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Volvió a leer el telegrama. Se sentó en la cama, jadeante y con la mirada fija. Su primera<br />
reacción fue la típica reacción egoísta de un niño ante la muerte de su padre o de su madre:<br />
¿Qué va a ser de mí ahora que no puedo contar con la protección más segura que tenía, la<br />
primera que tuve?<br />
Una vez dominado ese terror ancestral, se puso otra vez a dar vueltas por la habitación,<br />
deteniéndose de vez en cuando a mirar el telegrama. Holmes era oficialmente coadjutor de<br />
su padre, pero, de hecho, y desde hacía ya diez años, era el párroco. ¿De qué había muerto?<br />
De viejo: tenía setenta y cinco años. Había vivido muchos años.<br />
A Dick le entristecía que hubiera muerto solo. Su mujer y sus hermanos y hermanas habían<br />
muerto antes que él; tenía primos en Virginia, pero eran pobres y no podían permitirse viajar<br />
al norte. De modo que el telegrama lo había tenido que firmar Holmes. Dick quería<br />
mucho a su padre: siempre que tenía que tomar alguna decisión pensaba primero en lo que<br />
su padre hubiera opinado o hubiera hecho. Había nacido varios meses después de la muerte<br />
de dos hermanas de corta edad, y su padre, previendo cuál sería la reacción de su madre,<br />
había evitado que se convirtiera en un niño malcriado al encargarse él mismo de su<br />
educación. Aunque era un hombre sin gran vitalidad, se había impuesto aquella tarea.<br />
En el verano padre e hijo bajaban caminando al centro para que les limpiaran los zapatos,<br />
Dick con su traje de marinero de dril almidonado y su padre siempre con su hábito de<br />
clérigo de corte impecable, muy orgulloso de su hijo, que era un niño muy guapo. Le<br />
enseñaba a Dick todo lo que sabía de la vida, que no era demasiado pero casi todo verdad,<br />
cosas simples, - normas de conducta que correspondían a su rango de clérigo. «Una vez, en<br />
una ciudad a la que acababa de llegar, poco después de que me ordenaran, entré en una sala<br />
llena de gente y no sabía muy bien quién era la dueña de Ha casa. Varias personas que<br />
conocía se acercaron a mí, pero no les hice caso porque acababa de ver a una señora de pelo<br />
gris sentada junto a una ventana al otro extremo de la sala. Fui hasta ella y me presenté.<br />
Después de eso hice muchos amigos en aquella ciudad.»<br />
Su padre había hecho aquello porque tenía buen corazón. <strong>Es</strong>taba seguro de lo que era y<br />
muy orgulloso de aquellas dos viudas tan dignas que le habían inculcado que no había nada<br />
superior a los «buenos instintos», el honor, la cortesía y el valor.<br />
Siempre consideró que el pequeño capital que había h fado su esposa pertenecía a su hijo, y<br />
mientras cursaba estudios superiores y luego en la Facultad de Medicina le envió<br />
regularmente un cheque que cubría todos sus gastos cuatro veces al año. Era uno de esos<br />
hombres de los que en la era próspera se decía sentenciosamente: «Era todo un caballero,<br />
pero no tenía mucha energía».<br />
Dick hizo que le trajeran un periódico. Sin dejar de dar vueltas y de leer y releer el<br />
telegrama que seguía abierto en su buró, decidió en qué barco se iba a ir a América. Luego