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clusión de que aquél estaba enamorado de Rosemary de alguna extraña manera que él no<br />
podía comprender. <strong>La</strong> aventura con Hillis no parecía haber afectado emocionalmente a<br />
Collis. Simplemente le había permitido descubrir con gran placer que, a pesar de todo,<br />
Rosemary también era «humana».<br />
-En Bones había una gente estupenda -decía-. Bueno, en realidad en todas. Hay tanta gente<br />
ya en New Ha-ven que la pena es la gente que no podemos dejar entrar.<br />
¿Te importa que baje las cortinas?<br />
No, al contrario. Entra demasiada luz.<br />
Dick atravesó París para ir a su banco. Mientras rellenaba un cheque se puso a observar a<br />
los empleados en las diferentes ventanillas tratando de decidir a cuál de ellos se lo iba a<br />
presentar. Se concentró en el acto material de rellenar el cheque, examinando la pluma<br />
minuciosamente y escribiendo con sumo cuidado sobre la mesa cubierta de cristal. Hubo un<br />
momento en que levantó la mirada vidriosa y la dirigió hacia donde estaba la sección de<br />
correos, pero inmediatamente volvió a concentrar la atención en su tarea.<br />
Todavía no había decidido a quién le iba a presentar el cheque. De todos aquellos<br />
empleados, ¿cuál sería el que menos se podría dar cuenta de la penosa situación en que se<br />
encontraba?, y también, ¿cuál podría ser el menos locuaz? Allí estaba Perrin, aquel<br />
neoyorquino tan atento que le había invitado varias veces a comer al Club Americano; y<br />
Casasús, el español, con quien solía hablar de un amigo común del que por otra parte hacía<br />
más de doce años que no sabía nada; y también Muchhause, que siempre le preguntaba si<br />
quería sacar fondos de la cuenta de su mujer o de la suya propia.<br />
Mientras escribía la cantidad en el talón y trazaba dos líneas por debajo, se decidió por<br />
Pierce, que era joven y no tendría que hacer demasiada comedia con él. Muchas veces era<br />
más fácil hacer algo de comedia que tener que presenciar la que hacía otro.<br />
Fue primero al mostrador de correos. Al ver cómo la empleada que le estaba atendiendo<br />
recuperaba con el pecho un papel que estaba a punto de caer, se le ocurrió pensar que las<br />
mujeres utilizaban su cuerpo de manera muy diferente a los hombres. Puso las cartas a un<br />
lado para abrirlas. Había una factura de una empresa alemana a la que había comprado<br />
diecisiete libros de psiquiatría, otra de Brentano's, una carta de Buffalo, de su padre, que de<br />
un año a otro escribía con una letra cada vez más ilegible, y una postal de Tommy Barban<br />
con el matasellos de Fez, de contenido jocoso. Había cartas de unos médicos de Zurich, las<br />
dos en alemán, una factura que era objeto de litigio, de un estucador de Cannes, otra factura<br />
de una tienda de muebles, una carta del editor de una revista médica de Baltimore, anuncios<br />
diversos y una invitación a una exposición de pinturas de un artista incipiente. También<br />
había tres cartas para Nicole y una para Rosemary a nombre de él.<br />
¿Te importa que baje las cortinas?