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Suave Es La Noche

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-Aquello era palabrería de estudiantes.<br />

Dick cenó con Franz, su esposa y un perrito que olía a goma quemada en el chalé que<br />

tenían en las inmediaciones de la clínica. Sentía una vaga opresión, que no se debía al<br />

ambiente de estrechez económica, ni a la señora Gregorovius, que era exactamente como se<br />

la había imaginado, sino al hecho de que los horizontes de Franz fueran de pronto tan<br />

limitados y pareciera totalmente resignado a ello. Para Dick, los límites del ascetismo<br />

estaban marcados de forma distinta. Podía ser un medio de llegar a una meta fijada de<br />

antemano, o incluso un elemento inseparable de la gloria que se alcanzaría gracias a él.<br />

Pero lo que no entendía era cómo se podía reducir deliberadamente la vida a las<br />

dimensiones de un traje heredado. En la actitud doméstica de Franz y su esposa, en sus<br />

gestos carentes de gracia mientras se movían por aquel confinado espacio no había el<br />

menor espíritu de aventura. Los meses de posguerra pasados en Francia, junto con los<br />

generosos ajustes de cuentas que estaban teniendo lugar bajo la égida de la magnificencia<br />

norteamericana, habían afectado a la visión que tenía Dick de las cosas. Además, todo el<br />

mundo, hombres y mujeres, le alababa mucho, y tal vez lo que le había hecho regresar al<br />

centro de los grandes relojes suizos fuera la intuición de que aquello no era nada bueno para<br />

un hombre que quería ser serio.<br />

Se las arregló para hacer que Kaethe Gregorovius se sintiera como si realmente fuera una<br />

persona encantadora, pese a que el olor a coliflor que impregnaba todo le estaba poniendo<br />

cada vez más nervioso, pero al mismo tiempo no se perdonó aquel amago de<br />

superficialidad cuyo objeto no terminaba de entender.<br />

«¿Soy a pesar de todo como los demás?», era una preg u nta que solía hacerse cuando de<br />

pronto se despertaba por las noches. «¿Soy como el resto de la gente?»<br />

Éstas, sin duda, no eran reflexiones dignas de un socialista, pero perfectamente dignas de<br />

aquellos que realizan tina parte importante del más excepcional de los trabajos. <strong>La</strong> verdad<br />

era que desde hacía varios meses estaba tratando de hacer esa partición de las cosas de<br />

juventud que sirve para decidir si hay que sacrificarse o no por algo en lo que ya no se cree.<br />

En las horas inertes de la madrugada, en. Zurich, mientras contemplaba la cocina de alguna<br />

casa desconocida apenas iluminada por el reflejo de un farol, siempre pensaba que quería<br />

ser bueno, amable, valiente y prudente, pero ser todas esas cosas era bastante difícil.<br />

También quería que alguien le quisiera, si encontraba lugar para ello.<br />

V

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