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Suave Es La Noche

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Apareció un botones que le entregó una nota.<br />

«No he ido a la fiesta -decía-. <strong>Es</strong>toy en mi habitación. Nos vamos a Livorno mañana a<br />

primera hora».<br />

Dick le volvió a dar la nota al muchacho con una propina.<br />

-Dile a la señorita Hoyt que no me has encontrado.<br />

Luego se volvió a Collis y le sugirió ir al Bonbonieri.<br />

Examinaron a la fulana que estaba en el bar con el mínimo de interés que exigía su<br />

profesión y ella los miró a su vez, provocativa. Atravesaron el desierto vestíbulo animado<br />

por los tapices que conservaban en los pomposos pliegues el polvo de la época victoriana y<br />

saludaron con un gesto al portero de noche, que devolvió el saludo con el rencoroso<br />

servilismo propio de los sirvientes nocturnos. Luego tomaron un taxi que los llevó por<br />

calles tristonas en el relente de la noche de noviembre. No se veía ninguna mujer por las<br />

calles, sólo hombres pálidos con abrigos oscuros abotonados hasta el cuello que formaban<br />

pequeños grupos junto a los bordillos de fría piedra.<br />

-¡Ay Dios! -suspiró Dick.<br />

-¿Qué ocurre?<br />

-<strong>Es</strong>taba pensando en el hombre ese de esta tarde. «<strong>Es</strong>ta mesa está reservada para la<br />

princesa Orsini.» ¿Sabe lo que son esas viejas familias romanas? Un hatajo de bandidos.<br />

Ellos fueron los que se apoderaron de los templos y los palacios después de la caída de<br />

Roma y saquearon al pueblo.<br />

-A mí me gusta Roma -insistió Collis-. ¿Por qué no prueba a ir a las carreras?<br />

-No me gustan las carreras.<br />

-Pero va cantidad de mujeres...<br />

-<strong>Es</strong>toy seguro de que aquí no hay nada que me pueda gustar. A mí me gusta Francia, donde<br />

todo el mundo se cree que es Napoleón. Aquí todo el mundo se cree que es Jesucristo.<br />

En el Bonbonieri bajaron al cabaret, una sala hecha con paneles de aspecto<br />

irremediablemente transitorio en medio de la fría piedra. Una orquesta tocaba<br />

desganadamente un tango y unas doce parejas ocupaban la amplia pista con esos pasos de<br />

baile complicados y afectados que a un norteamericano le ofenden a la vista. El exceso de<br />

camareros excluía la posibilidad de que se produjera el tipo de alboroto que hasta unos<br />

pocos tipos bulliciosos pueden crear. Lo único que animaba aquella escena era un aire<br />

general de estar esperando que algo -no se sabía si el baile, la noche o el equilibrio de fuer-

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