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Suave Es La Noche

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56<br />

-Todo mi hermoso mundo, delicioso y seguro, saltó por los aires aquí con una gran<br />

explosión de amor -siguió lamentándose Dick-. ¿No es cierto, Rosemary?<br />

-No sé -respondió ella con expresión grave-. Tú lo sabes todo.<br />

Los dos quedaron rezagados. De pronto les cayó encima una lluvia de terrones y guijarros,<br />

y Abe les gritó desde el siguiente través:<br />

-El espíritu de la guerra se está apoderando de mí otra vez. Tengo tras de mí cien años de<br />

amor de Ohio y voy a bombardear esta trinchera.<br />

Su cabeza asomó de repente por encima del terraplén.<br />

-<strong>Es</strong>táis muertos. ¿<strong>Es</strong> que no conocéis las reglas? Lo que os lancé era una granada.<br />

Rosemary se rió y Dick agarró un puñado de guijarros como para tomar represalia y luego<br />

lo volvió a tirar al suelo.<br />

-No puedo gastar bromas con esto -dijo, casi como disculpándose-. Ya sé que la carroza<br />

se ha convertido en una calabaza y la gallina no da más huevos de oro y todo lo demás,<br />

pero soy un viejo romántico, qué queréis que haga.<br />

-Yo también soy romántica.<br />

Salieron de la trinchera impecablemente restaurada y se encontraron frente a un<br />

monumento a los caídos de Terranova. Al leer la inscripción, a Rosemary se le saltaron las<br />

lágrimas. Como a la mayoría de las mujeres, le gustaba que le dijeran cómo tenía que<br />

sentirse, y le gustaba que Dick le dijera qué era ridículo y qué era triste. Pero sobre todo<br />

deseaba que supiera cuánto le quería, puesto que ese hecho lo trastornaba todo ya y la hacía<br />

caminar por el campo de batalla como por un emocionante sueño.<br />

Después regresaron al coche y salieron en dirección a Amiens. Caía una lluvia fina y cálida<br />

sobre la maleza y los matorrales nuevos y fueron dejando atrás grandes piras funerarias<br />

hechas de proyectiles que no habían estallado -obuses, bombas, granadas- y material -<br />

cascos, bayonetas, culatas de rifle y cuero podrido-, todo abandonado en aquel terreno seis<br />

años antes. Y de pronto, al doblar una curva, la blanca visión de un vasto mar de tumbas.<br />

Dick le pidió al chófer que se detuviera.<br />

-¡Allí está esa chica! Y sigue con la corona de flores.<br />

Los demás observaron cómo Dick salía del coche y se acercaba a la muchacha, que<br />

permanecía indecisa junto a la verja, con una corona de flores en las manos. Tenía un taxi<br />

esperándola. Era una chica pelirroja de Tennessee que habían conocido esa mañana en el<br />

tren y que había ido hasta allí desde Knoxville para depositar una corona sobre la tumba de<br />

su hermano. Había lágrimas de humillación en su rostro.

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