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-Todo mi hermoso mundo, delicioso y seguro, saltó por los aires aquí con una gran<br />
explosión de amor -siguió lamentándose Dick-. ¿No es cierto, Rosemary?<br />
-No sé -respondió ella con expresión grave-. Tú lo sabes todo.<br />
Los dos quedaron rezagados. De pronto les cayó encima una lluvia de terrones y guijarros,<br />
y Abe les gritó desde el siguiente través:<br />
-El espíritu de la guerra se está apoderando de mí otra vez. Tengo tras de mí cien años de<br />
amor de Ohio y voy a bombardear esta trinchera.<br />
Su cabeza asomó de repente por encima del terraplén.<br />
-<strong>Es</strong>táis muertos. ¿<strong>Es</strong> que no conocéis las reglas? Lo que os lancé era una granada.<br />
Rosemary se rió y Dick agarró un puñado de guijarros como para tomar represalia y luego<br />
lo volvió a tirar al suelo.<br />
-No puedo gastar bromas con esto -dijo, casi como disculpándose-. Ya sé que la carroza<br />
se ha convertido en una calabaza y la gallina no da más huevos de oro y todo lo demás,<br />
pero soy un viejo romántico, qué queréis que haga.<br />
-Yo también soy romántica.<br />
Salieron de la trinchera impecablemente restaurada y se encontraron frente a un<br />
monumento a los caídos de Terranova. Al leer la inscripción, a Rosemary se le saltaron las<br />
lágrimas. Como a la mayoría de las mujeres, le gustaba que le dijeran cómo tenía que<br />
sentirse, y le gustaba que Dick le dijera qué era ridículo y qué era triste. Pero sobre todo<br />
deseaba que supiera cuánto le quería, puesto que ese hecho lo trastornaba todo ya y la hacía<br />
caminar por el campo de batalla como por un emocionante sueño.<br />
Después regresaron al coche y salieron en dirección a Amiens. Caía una lluvia fina y cálida<br />
sobre la maleza y los matorrales nuevos y fueron dejando atrás grandes piras funerarias<br />
hechas de proyectiles que no habían estallado -obuses, bombas, granadas- y material -<br />
cascos, bayonetas, culatas de rifle y cuero podrido-, todo abandonado en aquel terreno seis<br />
años antes. Y de pronto, al doblar una curva, la blanca visión de un vasto mar de tumbas.<br />
Dick le pidió al chófer que se detuviera.<br />
-¡Allí está esa chica! Y sigue con la corona de flores.<br />
Los demás observaron cómo Dick salía del coche y se acercaba a la muchacha, que<br />
permanecía indecisa junto a la verja, con una corona de flores en las manos. Tenía un taxi<br />
esperándola. Era una chica pelirroja de Tennessee que habían conocido esa mañana en el<br />
tren y que había ido hasta allí desde Knoxville para depositar una corona sobre la tumba de<br />
su hermano. Había lágrimas de humillación en su rostro.