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a visitarlos dos muchachas bastante agradables; eso era todo, sin excesos de ningún tipo, ni<br />
siquiera en lo que se refería a la Embajada. Su relación con Elkins le planteó por primera<br />
vez ciertas dudas en cuanto a la calidad de sus propios procesos mentales; no le parecía que<br />
fueran tan diferentes de los de Elkins, un tipo que se sabía de memoria los nombres de<br />
todos los defensas que había habido en New Haven en los últimos treinta años.<br />
-Y Dick el afortunado no puede ser uno de esos tipos listos. Debe estar menos intacto,<br />
incluso un poquito destruido. Pero debe hacerlo la propia vida, no una enfermedad ni un<br />
fracaso sentimental ni un complejo de inferioridad. Aunque, ¡quién sabe!: no estaría nada<br />
mal reconstruir alguna parte dañada hasta que resultara mejor que la estructura original.<br />
Terminaba burlándose de sus razonamientos, tachándolos de especiosos y «americanos»;<br />
consideraba que cualquier frase construida irreflexivamente era americana.<br />
Sin embargo, sabía que el precio a pagar por estar intacto era estar incompleto.<br />
-Lo mejor que puedo desear para ti, hijo mío -como decía el hada Palonegro en El anillo y<br />
la rosa, de Thackeray-, es una pequeña desgracia.<br />
Cuando se sentía con ánimos, se aferraba a sus propios razonamientos: ¿Tengo yo la culpa<br />
de que Pete Livingstone se encerrara en los vestuarios el día de las elecciones a las hermandades<br />
cuando todo el mundo andaba como enloquecido buscándolo? Y fui elegido yo,<br />
cuando, de otro modo, no hubiera conseguido entrar en Elihu con la poca gente que conocía.<br />
Él era el que debía haber sido elegido y yo el que debía haberme encerrado en los<br />
vestuarios. Tal vez lo habría hecho si hubiera pensado que tenía alguna probabilidad de<br />
salir elegido. Pero Mercer no hacía más que venir a mi habitación durante todas aquellas<br />
semanas. Bueno, sí, supongo que sabía que tenía probabilidades. Pero más me hubiera<br />
valido haberme tragado la insignia en la ducha y crearme un conflicto.<br />
En la universidad, después de las clases, solía discutir esa cuestión con un joven intelectual<br />
rumano que conseguía tranquilizarle:<br />
-No hay ninguna prueba de que Goethe tuviera nunca un «conflicto» en el sentido moderno,<br />
ni tampoco un hombre como Jung, por ejemplo. Tú no eres un filósofo romántico: eres un<br />
científico. Memoria, fuerza, carácter y, sobre todo, sentido común. Tu problema va a ser<br />
ése: que te juzgas a ti mismo. Conocía a un tipo que se pasó dos años estudiando el cerebro<br />
de un armadillo, con la idea de que, antes o después, acabaría sabiendo más que nadie del<br />
cerebro de los armadillos. Yo le discutía que estuviera realmente ampliando el campo del<br />
saber humano: aquello era demasiado arbitrario. Y efectivamente, cuando envió su trabajo a<br />
la revista médica, se lo rechazaron. Acababan de aceptar la tesis que había escrito otro<br />
sobre el mismo tema.<br />
Dick llegó a Zurich con menos talones de Aquiles tal vez de los que se hubieran necesitado<br />
para equipar a un ciempiés, pero con bastantes ilusiones de fuerza y salud eternas, fe en la