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vez en el gran mundo le preferían a él. Había unos pocos que pensaban que no les hacía<br />
caso, o que no era sencillo o que se daba aires. <strong>La</strong> reacción que provocaba en ellos no era<br />
tan distinta de las que despertaba fuera de su vida profesional, pero en este caso tenía un<br />
origen más tortuoso.<br />
Había una inglesa que siempre le hablaba de un tema que ella consideraba suyo.<br />
-¿Vamos a tener música esta noche?<br />
-No sé -respondió-. No he visto al doctor <strong>La</strong>dislau. ¿Le gustó lo que tocaron anoche la<br />
señora Sachs y el señor Longstreet?<br />
-Regular.<br />
-A mí me pareció excelente, sobre todo lo de Chopin. -A mí regular.<br />
-¿Cuándo va a tocar usted algo para nosotros?<br />
<strong>La</strong> mujer se encogió de hombros, muy satisfecha con la pregunta, como venía ocurriendo<br />
desde hacía varios años.<br />
-Algún día. Pero sólo toco regular.<br />
Sabían que no tocaba ningún instrumento. Dos hermanas suyas habían sido muy buenas<br />
concertistas, pero, cuando las tres eran jóvenes, ella se había mostrado incapaz de aprender<br />
solfeo.<br />
Después de los talleres, Dick se fue a visitar la Eglantina y las Hayas. Por fuera estos<br />
pabellones parecían tan alegres como los otros; por necesidad, Nicole los había decorado y<br />
amueblado a base de rejas y barrotes disimulados y muebles fijos al suelo. Había mostrado<br />
tal imaginación en su trabajo -la inventiva, cualidad de la que carecía, la facilitaba el propio<br />
problema- que ni a una persona enterada se le podría haber ocurrido que el trabajo de<br />
filigrana ligero y gracioso en una ventana era el extremo fuerte y firme de una cadena, ni<br />
que los muebles que reflejaban tendencias tubulares modernas eran más sólidos que las<br />
macizas creaciones de los eduardianos; hasta las flores estaban sujetas por dedos de hierro,<br />
y el menor adorno o accesorio era tan necesario como una viga maestra en un rascacielos.<br />
Con sus ojos incansables había aprovechado cada habitación al máximo. Cuando alguien la<br />
felicitaba, decía bruscamente de sí misma que era un fontanero de primera.<br />
Para aquellos a los que no se les había averiado la brújula, ocurrían cosas muy raras en esos<br />
pabellones. El doctor Diver pasaba muchas veces un rato divertido en la Eglantina, el<br />
pabellón de hombres, donde había un extraño individuo, exhibicionista, que estaba<br />
convencido de que si le dejaban pasear desnudo desde l'Étoile hasta la Concorde iba a<br />
resolver un montón de cosas, y Dick pensaba que tal vez estuviera en lo cierto.