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Suave Es La Noche

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42<br />

-¿Quieren bajarse aquí? <strong>Es</strong>tamos a sólo un kilómetro del hotel y pueden ir andando, o si no,<br />

los llevaré yo a rastras. ¡Cállese la boca y cállele usted la boca a su mujer!<br />

-<strong>Es</strong> usted un matón -dijo McKisco-. Sabe muy bien que es más fuerte que yo físicamente.<br />

Pero no le tengo miedo. Si fuera aún posible, le retaría a un duelo.<br />

Ése fue su error, porque Tommy, que es francés, se inclinó hacia adelante y le abofeteó, y<br />

entonces el chófer puso el coche en marcha otra vez. Ése fue el momento en que ustedes los<br />

adelantaron. Entonces empezaron las mujeres. Y así seguían las cosas cuando el coche<br />

llegó al hotel.<br />

Tommy telefoneó a alguien de Cannes para que fuera su padrino y McKisco dijo que no<br />

quería que el suyo fuera Campion, al que por otra parte tampoco le entusiasmaba la idea,<br />

así que me telefoneó pidiéndome que no dijera nada y viniera inmediatamente. A Violet<br />

McKisco le dio un ataque de nervios<br />

y la señora Abrams se la llevó a su cuarto y le dio un sedante, después de lo cual se quedó<br />

tranquilamente dormida en la cama. Cuando yo llegué, traté de convencer a Tommy, pero<br />

éste lo mínimo que aceptaba era una disculpa y McKisco, demostrando con ello bastante<br />

valor, se negaba a darla.<br />

Cuando Abe hubo terminado su relato, Rosemary le preguntó con aire pensativo:<br />

-¿Saben los Diver que fue por ellos?<br />

-No, y nunca se van a enterar de que tuviera que ver con ellos. El maldito Campion no<br />

tenía por qué haberle dicho nada a usted, pero puesto que lo ha hecho... Le he advertido al<br />

chófer que si dice una sola palabra, sacaré la vieja sierra musical. <strong>Es</strong> un combate entre dos<br />

hombres. Lo que Tommy necesita es una buena guerra.<br />

-<strong>Es</strong>pero que los Diver no se enteren -dijo Rosemary. Abe miró la hora.<br />

-Tengo que subir y ver a McKisco. ¿Quiere venir? El pobre se siente solo en el mundo.<br />

Seguro que no ha dormido nada.<br />

Rosemary se imaginó la vigilia desesperada de aquel hombre tan crispado y mal<br />

organizado. Tras un momento de pugna entre la compasión y la repugnancia, aceptó la<br />

propuesta de Abe y subió las escaleras con él, llena de vigor matutino.<br />

McKisco estaba sentado en la cama y, a pesar de que tenía una copa de champán en la<br />

mano, ya no le quedaba nada de su espíritu combativo engendrado por el alcohol. Se le veía<br />

insignificante, enojado y pálido. Era evidente que se había pasado toda la noche escribiendo<br />

y bebiendo. Miró como desorientado a Abe y Rosemary y preguntó:<br />

-¿Ya es la hora?

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