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Suave Es La Noche

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120<br />

-Hoy hemos subido lo bastante alto para encontrar asfódelos y edelweiss.<br />

Después de ésas, hubo muy pocas cartas, pero Dick contestó a todas. Una de ellas decía:<br />

Ojalá se enamorara alguien de mí como se enamoraban los chicos hace siglos antes de que<br />

estuviera enferma. Pero me imagino que hasta dentro de muchos años no podrán volver a<br />

pasar esas cosas.<br />

Pero cuando, por la razón que fuera, la respuesta de Dick tardaba en llegar, se notaba una<br />

repentina agitación, como la inquietud de una amante: «Tal vez le haya aburrido», o «Me<br />

temo que esperaba demasiado», o «Me paso las noches pensando que a lo mejor está usted<br />

enfermo».<br />

En realidad, Dick había tenido la gripe. Cuando se restableció, se sentía tan fatigado que<br />

tuvo que renunciar a toda su correspondencia salvo la estrictamente oficial, y poco después,<br />

el recuerdo de ella quedó eclipsado por la presencia, muy real ésta, de una chica de<br />

Wisconsin que trabajaba de telefonista en el cuartel general en Bar-sur-Aube. Llevaba los<br />

labios pintados como una modelo de calendario y entre los soldados se la conocía por el<br />

obsceno apodo de «<strong>La</strong> Buscaclavijas».<br />

Franz volvió a su despacho dándose aires de hombre importante. Dick pensaba que<br />

probablemente llegaría a ser un excelente clínico, pues las cadencias sonoras o en staccato<br />

con que disciplinaba a enfermeras o pacientes no provenían de su sistema nervioso, sino de<br />

una vanidad tremenda aunque inofensiva. Sus verdaderas emociones eran más ordenadas y<br />

se las guardaba para él.<br />

-Bueno, vamos a hablar de esa chica, Dick -dijo-. Naturalmente, quiero que me hables de ti<br />

y también quiero contarte cosas mías, pero antes hablemos de la chica, porque llevo mucho<br />

tiempo esperando para hablarte de ella.<br />

Abrió una archivadora y se puso a buscar un legajo de papeles hasta que lo encontró, pero,<br />

tras repasarlo brevemente, decidió que era un estorbo y lo puso sobre su mesa. Y en lugar<br />

de enseñarle los papeles a Dick, le contó toda la historia.<br />

III<br />

Aproximadamente un año y medio antes, el doctor Dohmler mantuvo una correspondencia<br />

más bien vaga con un señor norteamericano que vivía en <strong>La</strong>usana, un tal Devereux Warren,<br />

de los Warren de Chicago. Concertaron una cita y un día llegó el señor Warren a la clínica<br />

con su hija Nicole, una muchacha de dieciséis años. Era evidente que la chica no estaba

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