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atraía o le repelía, pero sí sabía que la había conmovido profundamente. Hizo que se<br />
sintiera muy sola al volver a entrar en el restaurante, pero si pensaba en ello le parecía<br />
enternecedor, y la gratitud apasionada de aquel «¡No sabes cuánto!» de Nicole resonaba<br />
aún en su mente. <strong>La</strong> peculiar atmósfera de la escena de la que había sido testigo era algo<br />
todavía ajeno a su experiencia, pero, por muy lejano que le resultara, su estómago le decía<br />
que estaba bien. No le inspiraba la aversión que había sentido al rodar ciertas escenas de<br />
amor en sus películas.<br />
Pese a serle totalmente ajeno, participaba ya en ello de manera irrevocable, y mientras hacía<br />
compras con Nicole era mucho más consciente de la cita que la propia Nicole. <strong>La</strong> imagen<br />
que tenía de ella había cambiado y ahora trataba de evaluar sus atractivos. No cabía duda de<br />
que era la mujer más atractiva que había conocido nunca, con su dureza, sus afectos y<br />
lealtades y un cierto aire evasivo que Rosemary, juzgándola con la mentalidad de clase<br />
media de su madre, relacionaba con su actitud hacia el dinero. Rosemary se gastaba un<br />
dinero que había ganado; el que estuviera en Europa se debía a que se había metido en la<br />
piscina seis veces aquel día de enero y su temperatura había saltado de 37 grados a primera<br />
hora de la mañana a 40, que fue cuando su madre puso fin a aquello.<br />
Con la ayuda de Nicole, Rosemary se compró dos vestidos, dos sombreros y cuatro pares<br />
de zapatos con su dinero. Nicole se compró todo lo que llevaba apuntado en una gran lista<br />
que tenía dos páginas y además lo que había en los escaparates. Todo lo que le gustaba pero<br />
no creía que le fuera a servir a ella, lo compraba para regalárselo a alguna amiga. Compró<br />
cuentas de colores, cojines de playa plegables, flores artificiales, miel, una cama para el<br />
cuarto de huéspedes, bolsos, chales, periquitos, miniaturas para una casa de muñecas y tres<br />
metros de una tela nueva color gamba. Compró doce bañadores, un cocodrilo de goma, un<br />
juego de ajedrez portátil de oro y marfil, pañuelos grandes de lino para Abe y dos chaquetas<br />
de gamuza de Hermés, una color azul eléctrico y la otra rojo ladrillo. Todas esas cosas no<br />
las compró ni mucho menos como una cortesana de lujo compraría ropa interior y joyas,<br />
que al fin y al cabo se podrían considerar parte de su equipo profesional y una inversión<br />
para el futuro, sino con un criterio totalmente diferente. Nicole era el producto de mucho<br />
ingenio y esfuerzo. Para ella los trenes iniciaban su recorrido en Chicago y atravesaban el<br />
vientre redondeado del continente hasta California; las fábricas de chicle humeaban y las<br />
cadenas de montaje marchaban en las fábricas; unos obreros mezclaban pasta dentífrica en<br />
cubas y sacaban líquido para enjuagues de toneles de cobre; unas muchachas envasaban<br />
tomates velozmente en el mes de agosto o trabajaban como esclavas en los grandes<br />
almacenes la víspera de Navidad; unos indios mestizos se afanaban en plantaciones de café<br />
en el Brasil y unos idealistas eran despojados de sus derechos de patente sobre nuevos<br />
tractores de su invención. Ésas eran algunas de las personas que pagaban un diezmo a<br />
Nicole, y todo el sistema, a medida que avanzaba con su peso avasallador, atronador, daba<br />
un brillo febril a algunos de los actos característicos de Nicole, como, por ejemplo, comprar<br />
en grandes cantidades, del mismo modo que se reflejan las llamas en el rostro de un