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bondad intrínseca del género humano y todas las ilusiones de una nación, las mentiras de<br />
muchas generaciones de mujeres de pioneros que tenían que arrullar a sus hijos haciéndoles<br />
creer que no había lobos fuera de la cabaña. Una vez que obtuvo su título, recibió órdenes<br />
de incorporarse a un servicio de neurología que se estaba montando en Bar-sur-Aube.<br />
Pero, para su pesar, el trabajo que le esperaba en Francia era de tipo administrativo más que<br />
práctico. En compensación, encontró tiempo para terminar el ensayo que estaba escribiendo<br />
y reunir el material para su nuevo proyecto. Regresó a Zurich, ya desmovilizado, en la<br />
primavera de 1919.<br />
Todo lo anterior tiene el tono de una biografía, sin la satisfacción de saber de antemano,<br />
como en el caso de Grant, recostado en su almacén de Galena, que el protagonista está a<br />
punto de ser llamado a un intrincado destino.<br />
Además, desconcierta encontrarse con una fotografía de juventud de alguien a quien se ha<br />
conocido en plena madurez y ver a un desconocido lleno de fuerza y ardor juvenil y con<br />
mirada de águila. Pero no hay de qué preocuparse: en el caso de Dick Diver, todo comienza<br />
ahora.<br />
II<br />
Era un día húmedo de abril, con largas nubes que se cernían en diagonal sobre el Albishorn<br />
y agua estancada en las zonas bajas. Zurich no se diferencia mucho de una ciudad norteamericana.<br />
Dick había echado a faltar algo desde que llegó, dos días antes, y comprendió<br />
que era la sensación que tenía en los caminos franceses de limitación, de que no había nada<br />
más. En Zurich, por el contrario, había una gran cantidad de cosas aparte de Zurich. Desde<br />
los tejados se alcanzaba a ver prados con vacas que tintineaban, que a su vez suavizaban la<br />
vista de las montañas que había más arriba, de forma que la vida era un ascenso<br />
perpendicular a un cielo de tarjeta postal. El país alpino, tierra del juguete y el funicular, del<br />
tiovivo y el campanilleo sutil, no parecía estar realmente allí, al contrario que en Francia,<br />
donde las viñas crecen a los pies de uno.<br />
En Salzburgo, en cierta ocasión, Dick había sentido la presencia acumulada de un siglo de<br />
música comprado y prestado. Y en otra ocasión, en los laboratorios de la Universidad de<br />
Zurich, mientras hurgaba delicadamente en la corteza cervical de un cerebro, se había<br />
sentido más como un fabricante de juguetes que como aquel torbellino que había pasado<br />
dos años antes por los viejos edificios de ladrillo rojo de la Universidad John Hopkins sin<br />
que le estorbara la ironía del Cristo gigantesco que había en la entrada principal.