08.04.2013 Views

Suave Es La Noche

Suave Es La Noche

Suave Es La Noche

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

177<br />

-Nunca he logrado averiguar por qué, y me lo he preguntado muchas veces. Debe de ser<br />

porque me lleno el dedo de jabón al afeitarme las patillas, pero lo que no entiendo es cómo<br />

llega el jabón a lo alto de la cabeza.<br />

-Mañana me voy a fijar bien.<br />

-¿<strong>Es</strong> ésa la única pregunta que quieres hacerme antes del desayuno?<br />

-¡Pero si no era una pregunta!<br />

-De acuerdo. Entonces te debo una.<br />

Media hora más tarde se dirigía Dick al pabellón donde estaban las oficinas. Tenía treinta y<br />

ocho años, y, aunque seguía sin dejarse barba, se le veía más aire de médico que cuando<br />

estaba en la Riviera. Llevaba ya dieciocho meses en la clínica, sin duda una de las mejor<br />

equipadas de Europa. Era de estilo moderno, como la de Dohmler. <strong>Es</strong> decir, ya no un solo<br />

edificio oscuro y siniestro, sino una especie de pueblecito, disperso pero no tan integrado<br />

como parecía a simple vista. Dick y Nicole habían aportado su buen gusto, por lo que el<br />

conjunto resultaba de gran belleza, y no había psiquiatra que pasara por Zurich que no lo<br />

visitara. Si se le hubieran agregado instalaciones de golf podría haber pasado perfectamente<br />

por un club de campo. El pabellón de la Eglantina y el de las Hayas, que albergaban a los<br />

sumidos en la eterna oscuridad, quedaban ocultos tras unos bosquecillos, como fortalezas<br />

camufladas. Detrás había un gran huerto del que se ocupaban en parte los pacientes. Los<br />

talleres de ergoterapia eran tres, estaban situados en el mismo edificio y era en ellos donde<br />

el doctor Diver empezaba cada mañana sus visitas. El taller de carpintería, donde entraba el<br />

sol a raudales, rezumaba dulzura de aserrín, de una edad de la madera ya olvidada; siempre<br />

había allí media docena de hombres dando martillazos, cepillando, aserrando, hombres callados<br />

que levantaban la vista de su trabajo cuando él pasaba y le miraban con expresión<br />

solemne. Como él mismo era buen carpintero, se quedaba un rato con ellos hablando con<br />

naturalidad de la eficacia de algunas herramientas, mostrándoles un interés personal en lo<br />

que hacían. Contiguo a este taller estaba el de encuadernación, adaptado para los pacientes<br />

más flexibles, que no eran siempre, sin embargo, los que más posibilidades tenían de<br />

curarse. El último de los talleres estaba dedicado a la fabricación de abalorios, telares y<br />

trabajos en latón. <strong>La</strong>s caras de los pacientes que se encontraban en él tenían la expresión de<br />

alguien que acabara de suspirar profundamente desechando algún problema insoluble, pero<br />

sus suspiros sólo indicaban el comienzo de otra serie inacabable de razonamientos, no<br />

lineales, como en las personas normales, sino girando en torno a un mismo círculo.<br />

Dándoles vueltas y más vueltas. Girando eternamente. Pero los colores de los materiales<br />

con que trabajaban eran tan vivos que podían producir a los visitantes momentáneamente la<br />

impresión engañosa de que todo iba bien, como en un jardín de infancia. A estos pacientes<br />

se les iluminaba la cara en cuanto aparecía el doctor Diver. Casi todos le tenían más<br />

simpatía a él que al doctor Gregorovius. Desde luego, todos los que habían vivido alguna

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!