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Suave Es La Noche

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-<strong>Es</strong> absolutamente necesario que venga usted. De ello depende la salud de su hija. Yo no<br />

me puedo hacer responsable.<br />

-Pero, doctor, para eso precisamente está usted. ¡Tengo que regresar urgentemente a mi<br />

país!<br />

El doctor Dohmler nunca había hablado con nadie que estuviera a esa distancia, pero dio su<br />

ultimátum por teléfono<br />

n tal firmeza que el norteamericano atormentado que estaba al otro lado del aparato tuvo<br />

que ceder. Media hora después de esta segunda visita al lago de Zurich, toda la resistencia<br />

de Warren se había venido abajo. Con los hombros perfectos sacudidos por terribles<br />

sollozos dentro de la chaqueta de buen corte y los ojos más rojos que el mismo sol<br />

reflejándose sobre el lago de Ginebra, les confesó lo inconfesable.<br />

-No sé cómo ocurrió -dijo con voz enronquecida -. No lo sé, no lo sé... Después de morir<br />

su madre cuando ella era todavía pequeña, venía todas las mañanas y se metía en mi cama y<br />

a veces dormía en mi cama. Me daba mucha pena la pobre niña. Y después, siempre que<br />

íbamos a algún sitio en coche o en tren nos teníamos las manos cogidas. Ella me cantaba<br />

siempre. Y solíamos decirnos: «Hoy vamos a hacer como si no existiera nadie más en el<br />

mundo. Vamos a vivir sólo el uno para el otro. Hoy me perteneces».<br />

Su voz adquirió un tono desesperadamente sarcástico.<br />

-<strong>La</strong> gente decía: qué padre e hija tan perfectos. Hasta con lágrimas en los ojos. En<br />

realidad, éramos como amantes. Y un día, sin más, nos convertimos en amantes de verdad.<br />

Y diez minutos después de que ocurriera me hubiera pegado un tiro. Sólo que debo ser tan<br />

degenerado que no tuve valor para hacerlo.<br />

-¿Y qué pasó luego? -dijo el doctor Dohmler, que se había puesto otra vez a pensar en<br />

Chicago y en un caballero pálido de modales suaves que treinta años atrás, en Zurich, le<br />

había examinado a través de sus quevedos-. ¿Siguió la cosa?<br />

-¡Oh no! Ella casi... pareció enfriarse enseguida. Lo único que decía era: «No te<br />

preocupes, no te preocupes, papi. No importa. No te preocupes».<br />

-¿Y no tuvo consecuencias?<br />

-No.<br />

Soltó un sollozo convulsivo y se sonó varias veces.<br />

-Pero las ha tenido ahora. ¡Y qué consecuencias! Una vez terminado el relato, el doctor<br />

Dohmler se arrellanó en su sillón de burgués satisfecho y dijo para sí con encono:

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