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Suave Es La Noche

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Pero eso fue durante el día. Al llegar la tarde, como era inevitable, ya no se sentía con<br />

tantas energías, su estado de ánimo sufrió un bajón y las flechas que había lanzado se<br />

perdieron en el crepúsculo. Ignoraba lo que estaría pensando Dick y ello le inquietaba. De<br />

nuevo tenía la sensación de que la manera de actuar de Dick en esos días estaba inspirada<br />

por algún plan y sus planes los temía: siempre funcionaban y había en ellos una lógica<br />

exhaustiva que Nicole era incapaz de abarcar. De algún modo se había acostumbrado a que<br />

fuera él el que pensara por todos, y cuando Dick no estaba, antes de dar el menor paso<br />

siempre pensaba automáticamente en lo que él hubiera hecho; por eso ahora no se sentía<br />

preparada para oponer su propia voluntad a la de él. Y, sin embargo, tenía que pensar por sí<br />

sola. Por fin se había aprendido el número de la horrible puerta que llevaba al mundo de los<br />

sueños, el umbral de una salida que no era tal salida. Sabía que el mayor pecado que podía<br />

cometer tanto en aquel momento como en el futuro era engañarse a sí misma. Le había<br />

costado mucho aprender aquella lección, pero al fin la había aprendido. Si te niegas a<br />

pensar, otros tienen que pensar por ti y les cedes el poder, dejas que perviertan y<br />

reglamenten tus inclinaciones naturales, que te civilicen y te esterilicen.<br />

<strong>La</strong> cena fue tranquila. Dick bebió mucha cerveza y bromeó con los niños en la habitación<br />

medio en penumbra. Después tocó algunas canciones de Schubert y unas piezas nuevas de<br />

jazz que les habían mandado de América y que Nicole tarareó a sus espaldas con su voz<br />

áspera y rica de contralto.<br />

Gracias padre<br />

Gracias madre<br />

Gracias por haberos conocido...<br />

-Ésta no me gusta -dijo Dick, y se dispuso a volver la página.<br />

-¡Venga, tócala! -exclamó Nicole-. No me voy a pasar el resto de mi vida asustándome<br />

cada vez que oiga la palabra «padre».<br />

¡Gracias al caballo que tiró del coche esa noche! Gracias a los dos por estar algo<br />

borrachos...<br />

Más tarde se sentaron con los niños en la azotea de estilo morisco y vieron en la costa, a lo<br />

lejos, los fuegos artificiales de dos casinos, muy distantes entre sí. Daba tristeza y sensación<br />

de soledad no sentir ya nada el uno por el otro. A la mañana siguiente, cuando Nicole<br />

regresó de hacer unas compras en Cannes, se encontró una nota de Dick en la que le decía<br />

que había cogido el coche pequeño y se había ido a Provenza a pasar unos días solo. No<br />

había terminado todavía de leer la nota cuando sonó el teléfono. Era Tommy Barban, desde<br />

Montecarlo, para decirle que había recibido su carta y que salía inmediatamente para allá en<br />

su coche. Al decirle que se alegraba mucho de que fuera, Nicole sintió el calor de sus<br />

propios labios en el teléfono.

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