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Aquello no preocupó a Rosemary, que hasta hacía muy poco no había tenido ocasión de<br />
enterarse ni siquiera de que era atractiva, y su atractivo, por tanto, no le parecía que fuese<br />
exactamente algo con lo que había nacido, sino más bien algo que había adquirido, como el<br />
francés que sabía. No obstante, en el taxi miró a Nicole comparándose con ella. Aquel<br />
cuerpo encantador y aquella boca delicada, a veces apretada, a veces entreabierta al mundo<br />
en actitud expectante, parecían estar hechos para el amor. Nicole había sido una belleza de<br />
niña y seguiría siendo una belleza cuando fuera mayor porque la piel se mantendría estirada<br />
en torno a los pómulos salientes: lo fundamental era la estructura ósea de su rostro. Su pelo<br />
había sido de un rubio casi blanco, como el de los nórdicos, pero ahora que se le había<br />
oscurecido resaltaba más su belleza que cuando era como una nube y más hermoso que ella<br />
misma.<br />
-Ahí vivíamos -dijo de pronto Rosemary señalando un edificio de Rue des Saints-Péres.<br />
-Qué extraño. Porque cuando yo tenía doce años, mamá, Baby y yo pasamos un invierno<br />
ahí.<br />
Y Nicole señaló un hotel que estaba justo en la otra acera. Tenían ante sí las dos fachadas<br />
deslucidas, como ecos grises de su niñez.<br />
-Acabábamos de construir la casa de <strong>La</strong>ke Forrest y estábamos haciendo economías -<br />
continuó Nicole-. Al menos Baby y yo y la institutriz hacíamos economías y mamá viajaba.<br />
-Nosotras también estábamos haciendo economías -dijo Rosemary, consciente de que esa<br />
expresión tenía un sentido diferente para cada una.<br />
-Mamá siempre ponía mucho cuidado en decir que era un pequeño hotel.<br />
Nicole soltó una de sus risitas cortas, tan atractivas.<br />
-O sea, en lugar de decir que era un hotel «barato». Si algunos de nuestros amigos más<br />
ostentosos nos pedían las señas, nunca decíamos: «Vivimos en un cochambroso agujero del<br />
barrio apache donde debemos dar gracias de que haya agua corriente», sino: «<strong>Es</strong>tamos en<br />
un pequeño hotel». Como si los grandes hoteles fueran demasiado ruidosos y vulgares para<br />
nosotras. Por supuesto, los amigos siempre nos veían el plumero y se lo iban contando a<br />
todo el mundo, pero mamá solía decir que lo único que aquello demostraba era que nos<br />
conocíamos Europa al dedillo. Ella se la conocía, por supuesto: era alemana de nacimiento.<br />
Pero su madre era americana y ella se había educado en Chicago y era más americana que<br />
europea.<br />
Faltaban dos minutos para la hora en que se tenían que reunir con los demás, y Rosemary<br />
trató de hacerse fuerte de nuevo mientras salían del taxi en Rue Guynemer, frente a los<br />
jardines de Luxemburgo. Iban a comer al piso ya levantado de los North, desde el que se<br />
dominaba toda la verde masa de hojas. El día le parecía a Rosemary diferente del día