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Suave Es La Noche

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-¡Haz lo que te digo! ¡<strong>La</strong> derecha!<br />

-¡Venga, Dulschmit, dale!<br />

-¡<strong>Es</strong>o es!<br />

-¡Así, así!<br />

Tommy se apartó de la ventana.<br />

-Tengo la impresión de que aquí ya no pintamos nada, ¿no crees?<br />

Nicole asintió, pero permanecieron un rato abrazados antes de vestirse, y luego, durante un<br />

rato más, la habitación les siguió pareciendo tan perfecta como cualquier otra.<br />

Mientras por fin se vestía, Tommy exclamó<br />

-¡Parece increíble! <strong>Es</strong>as dos mujeres del balcón de abajo ni siquiera se han movido de sus<br />

mecedoras. Pase lo que pase, les da igual. Han estado ahorrando para pagarse estas<br />

vacaciones y ni la Armada norteamericana en pleno ni todas las fulanas de Europa se las<br />

van a estropear.<br />

Se acercó a Nicole con delicadeza y, mientras la abrazaba, con los dientes le colocó en su<br />

sitio uno de los tirantes de la combinación. De pronto un tremendo sonido retumbó en el<br />

aire: ¡CRACK! ¡BUUUM! Era el toque de llamada del buque de guerra.<br />

Debajo de su ventana se organizó un verdadero tumulto, pues el buque partía hacia aún no<br />

se sabía qué costas. Los camareros exigían que les abonaran las cuentas en tono vehemente<br />

y hubo juramentos y negativas. Les entregaban billetes demasiado grandes y no tenían para<br />

las vueltas. <strong>La</strong> policía naval intervino, ayudando a los marineros a subir a las embarcaciones<br />

y dando órdenes rápidas con voces cortantes que se imponían sobre todas las<br />

demás. Al desatracarse la primera lancha hubo gritos, lloros, chillidos y promesas, y las<br />

mujeres se apelotonaban en el muelle, gritando y agitando los brazos.<br />

Tommy vio una chica que salía precipitadamente al balcón que estaba debajo agitando una<br />

servilleta, y antes de que pudiera ver si las inglesas de las mecedoras se rendían al fin y se<br />

daban por enteradas de su presencia, llamaron a la puerta de su habitación. Desde fuera,<br />

unas voces femeninas que sonaban muy alteradas les convencieron de que abrieran la<br />

puerta, y aparecieron en el vestíbulo dos muchachas muy jóvenes, delgadas y alocadas, con<br />

aspecto, más que de haberse perdido, de no haber sido encontradas. Una de ellas lloraba<br />

convulsivamente.<br />

-¿Podemos decir adiós desde su terraza? -imploró la otra en un inglés americano que<br />

resultaba excesivo-. ¿Podemos, por favor? ¿Decir adiós a los novios? ¿Podemos, por favor?<br />

Los otros cuartos están cerrados.

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