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Suave Es La Noche

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Por último, Brady, cuya campechanía pasaba a ser, cada vez más, una virtud social, en<br />

lugar de una vulgar afirmación y reafirmación de su propia salud mental y una manera de<br />

conservar ésta manteniéndola a distancia de las debilidades de los demás.<br />

Rosemary, tan pura en su fe como una de las criaturas de los nocivos folletines de la señora<br />

Burnett, tenía la sensación de haber llegado a casa, de haber regresado de las<br />

improvisaciones ridículas y obscenas de la frontera. <strong>La</strong>s luciérnagas iban y venían por el<br />

aire oscuro y un perro aullaba<br />

en algún saliente bajo y lejano del acantilado. Parecía que la mesa se hubiera alzado<br />

ligeramente hacia el cielo como una pista de baile mecánica y hubiera creado en cada uno<br />

de los que se encontraban alrededor de ella la sensación de encontrarse solo con los demás<br />

comensales en el oscuro universo, alimentándose de su único alimento, calentándose con<br />

sus únicas luces. Y, como si la extraña risita contenida de la señora McKisco hubiera sido<br />

la señal de que ya habían logrado separarse del mundo, los dos Diver se volvieron<br />

súbitamente más cálidos, más luminosos, más expansivos, como para compensar a sus<br />

invitados, a los que tan sutilmente habían logrado convencer de que eran importantes y que<br />

tan halagados se sentían con todos los detalles que habían tenido con ellos, de la pérdida de<br />

cualquier cosa de aquel país ya lejano que habían dejado atrás que pudieran seguir echando<br />

de menos. Durante un instante pareció que hablaban a la vez a cada persona que se encontraba<br />

a la mesa, a todos juntos y por separado, para que se sintieran seguros de su amistad y<br />

de su afecto. Y por un instante, los rostros que se volvían hacia ellos eran como rostros de<br />

niños pobres mirando un árbol de Navidad. Pero, de pronto, había que levantarse de la<br />

mesa. El breve instante durante el cual los invitados se habían atrevido a ir más allá de la<br />

simple sensación de encontrarse bien juntos para adentrarse en las zonas más oscuras del<br />

sentimiento había pasado antes de que hubieran podido gozar de él con libertad, antes<br />

incluso de que se dieran realmente cuenta de que había llegado.<br />

Pero la magia difusa del sur dulce y cálido había penetrado en ellos, se había separado de la<br />

suave zarpa de la noche y el flujo espectral del Mediterráneo allá abajo para ir a fundirse<br />

con los Diver y formar parte de ellos. Rosemary vio cómo Nicole obligaba a su madre a<br />

aceptar como regalo un bolso amarillo de noche que le había alabado, diciéndole: «<strong>La</strong>s<br />

cosas deben ser de la gente que las sabe apreciar», y luego metía en el bolso todos los<br />

objetos de color amarillo que pudo encontrar «porque todos hacen juego».<br />

Nicole desapareció y al momento Rosemary observó que Dick ya no estaba allí. Los<br />

invitados se repartieron por el jardín o siguieron hacia la terraza.<br />

-¿Quiere ir al baño? -preguntó Violet McKisco a Rosemary.<br />

No en aquel preciso instante.<br />

-Pues yo quiero ir al baño -insistió la señora McKisco.

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