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Suave Es La Noche

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78<br />

XIX<br />

Abe debía salir de la estación de Saint-<strong>La</strong>zare a las once. <strong>Es</strong>taba solo bajo la cúpula de<br />

cristal deslustrado que era un vestigio de los años setenta, la época del Palacio de Cristal.<br />

Sus manos habían adquirido ese color grisáceo que sólo pueden producir veinticuatro horas<br />

de vigilia y las llevaba metidas en los bolsillos del abrigo para que no se viera cómo le<br />

temblaban los dedos. Sin el sombrero puesto se veía claramente que sólo se había peinado<br />

la parte de arriba del pelo; el resto lo llevaba decididamente de punta a ambos lados.<br />

Resultaba difícil reconocer en él a aquel que dos semanas atrás se bañaba en la playa del<br />

hotel de Gausse.<br />

Había llegado con tiempo suficiente y se puso a mirar en tomo suyo sólo con los ojos, ya<br />

que mover cualquier otra parte de su cuerpo hubiera exigido un esfuerzo superior a él en<br />

ese momento. Ante él pasaron maletas con aspecto de ser nuevas, y luego las pequeñas<br />

formas indistintas de futuros pasajeros que se gritaban unos a otros con voces extrañas y<br />

chirriantes.<br />

En el preciso instante en que se estaba preguntando si tendría tiempo para ir a tomarse una<br />

copa a la cantina y se disponía a asir el fajo pegajoso de billetes de mil francos que llevaba<br />

en el bolsillo, su mirada errabunda fue a posarse en Nicole, que aparecía en lo alto de las<br />

escaleras. <strong>La</strong> observó atentamente. Como suele ocurrir cuando observamos a alguien que<br />

esperamos y que todavía no nos ha visto, le parecía estar contemplando a la auténtica<br />

Nicole en cada uno de sus pequeños gestos. <strong>Es</strong>taba pensando en sus hijos con expresión<br />

concentrada, pero más que recrearse en ellos parecía estar simplemente contándolos como<br />

podría hacerlo un animal, como una gata comprobando el número de sus crías con una pata.<br />

Al ver a Abe cambió totalmente de expresión. <strong>La</strong> luz que se filtraba por la claraboya era<br />

mortecina y Abe tenía un aspecto lúgubre con las ojeras que resaltaban sobre su tez<br />

bronceada. Se sentaron en un banco.<br />

-He venido porque me lo pediste -dijo Nicole en tono defensivo.<br />

Abe parecía haberse olvidado de por qué se lo había pedido y Nicole se contentó con mirar<br />

a la gente que iba y venía por la estación.<br />

-Ésa va a ser la reina de tu travesía. <strong>La</strong> que está rodeada de admiradores que han venido a<br />

despedirla. Por eso se compró ese vestido.<br />

Nicole hablaba cada vez más deprisa.

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