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Suave Es La Noche

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61<br />

-Te lo diré otro día. Buenas noches, Abe. Buenas noches, Mary.<br />

-Buenas noches, Dick, querido.<br />

Mary sonrió como si fuera a ser completamente feliz sentada allí en aquel barco casi<br />

desierto. Era una mujer valerosa y llena de esperanzas que seguía a su marido dondequiera<br />

que éste fuera, adaptando cada vez su personalidad a las nuevas circunstancias, pero no<br />

había podido conseguir que él se apartara ni un paso del camino que seguía y a veces se<br />

desanimaba al darse cuenta de hasta qué punto dependía de él su propio futuro, cuyo<br />

secreto Abe guardaba en lo más profundo de su ser. Y, sin embargo, parecía emanar de ella<br />

un aire de buena suerte, como si fuera una especie de amuleto.<br />

XV<br />

<strong>La</strong>s comidas con los pacientes eran una obligación cotidiana que Dick trataba de cumplir<br />

con resignación. El conjunto de comensales, entre los que, naturalmente, no se encontraban<br />

los residentes de la Eglantina o de las Hayas, parecía perfectamente normal a simple vista,<br />

pero siempre se cernía sobre ellos una pesada atmósfera de melancolía. Todos los médicos<br />

presentes conversaban entre sí, pero los pacientes, como si hubieran quedado agotados con<br />

los esfuerzos de la mañana o les deprimiera la compañía, hablaban poco y comían sin<br />

levantar la vista del plato.<br />

Una vez terminado el almuerzo, Dick regresó a su casa. Nicole estaba en el salón y su<br />

rostro tenía una expresión extraña.<br />

-Lee esto -le dijo.<br />

Dick abrió la carta. Era de una mujer a la que habían dado de alta recientemente, si bien con<br />

cierto escepticismo por parte de los médicos. En ella le acusaba abiertamente de haber<br />

seducido a su hija, que había permanecido al lado de su madre durante la fase crucial de la<br />

enfermedad. Suponía que la señora Diver se alegraría de disponer de esa información<br />

porque así podría saber cómo era su marido «en realidad».<br />

Dick leyó la carta por segunda vez. Aunque estaba escrita en un inglés claro y conciso, se<br />

podía saber que era la carta de una maníaca. En una ocasión, la muchacha, que era una<br />

morenita muy coqueta, le había pedido que la llevara en su coche a Zurich y él había<br />

accedido, y por la tarde Dick había oído aquello tantas veces... Hasta la fórmula era la<br />

misma.

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