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Suave Es La Noche

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en un baño caliente y luego desayunó. Caía el sol en Via Nazionale y dejó que entrara en su<br />

habitación abriendo las dobles cortinas con un tintineo de anillas metálicas. Mientras<br />

aguardaba a que le plancharan un traje, leyó en el Corriere della Sera sobre «una novella di<br />

Sinclair Lewis Wall Street nella quale l'autore analizza la vita sociale di una piccola cittá<br />

Americana». Luego trató de pensar en Rosemary.<br />

Al principio no se le ocurría nada. Era joven y atractiva. De acuerdo. Pero también lo era<br />

Topsy. Suponía que en los últimos cuatro años habría tenido amantes y los habría querido.<br />

Bueno, ¿y qué? Uno no puede saber nunca el lugar que ocupa realmente en la vida de otra<br />

persona. Y, sin embargo, de esa inseguridad había nacido su afecto. <strong>La</strong>s mejores relaciones<br />

se establecen cuando uno quiere que perduren a pesar de conocer los obstáculos. El pasado<br />

volvía y Dick quería contener aquella elocuente entrega de sí misma que le hacía ella en su<br />

preciosa envoltura hasta que fuera sólo suya, hasta que ya no existiera fuera de él. Trató de<br />

pasar revista a todas las cosas hacia las que se podía sentir atraída: eran menos que cuatro<br />

años atrás. A los dieciocho años se puede ver a alguien que tiene treinta y cuatro a través<br />

del velo nebuloso de la adolescencia, pero a los veintidós años se ve a las personas de<br />

treinta y ocho con suficiente claridad. Además, en la época de su anterior encuentro, Dick<br />

estaba en un estado de especial sensibilidad afectiva, pero desde entonces su capacidad de<br />

entusiasmarse se había mermado bastante.<br />

Cuando volvió el mozo, se puso una camisa blanca de cuello duro y una corbata negra con<br />

una perla; la cadena que sujetaba sus gafas de leer pasaba por otra perla del mismo tamaño<br />

que colgaba una pulgada más o menos por debajo. Al haber dormido, su cara había<br />

recobrado el tono marrón rojizo de muchos veranos en la Riviera, y para calentar el cuerpo<br />

se puso a hacer el pino sobre una silla hasta que se le cayeron de los bolsillos la<br />

estilográfica y unas monedas. A las tres llamó a Rosemary, la cual le invitó a subir. Como<br />

los ejercicios acrobáticos le habían dejado un poco aturdido, se detuvo en el bar a tomar un<br />

gin-tonic.<br />

-¡Hola, doctor Diver!<br />

Sólo debido a la presencia de Rosemary en el hotel pudo reconocer Dick inmediatamente al<br />

que lo llamaba. Era Collis Clay. Se le veía tan seguro de sí mismo como siempre, con<br />

aspecto de irle bien las cosas y unos carrillos enormes que antes no tenía.<br />

-¿Sabe que Rosemary está aquí? -dijo Collis. -Sí. Me la he encontrado.<br />

-<strong>Es</strong>taba en Florencia y me enteré de que ella estaba aquí, así que me vine la semana pasada.<br />

No hay quien reconozca a la niña de mamá. Bueno, quiero decir -se corrigió-: Que era una<br />

chica tan bien educada por su madre y ahora es una mujer de mundo, ¿no? No se puede<br />

imaginar cómo tiene a estos chicos romanos. Hace lo que quiere con ellos<br />

-¿Usted está estudiando en Florencia?

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