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-<strong>Es</strong>taremos sólo cinco minutos -decidió Dick-. No creo que te caiga bien esta gente.<br />
Ella dedujo que se trataba de gente aburrida y estereotipada, o de gente vulgar y dada a la<br />
bebida, o pesada e insistente, o de cualquier otro de los tipos de gente que los Diver<br />
evitaban. Pero no estaba en absoluto preparada para la impresión que le causó lo que vio.<br />
XVII<br />
Era una casa construida conservando la estructura y la fachada del palacio del Cardenal de<br />
Retz en Rue Monsieur, pero una vez dentro no se veía nada del pasado, ni de ningún<br />
presente que Rosemary conociera. <strong>La</strong>s paredes, la obra de albañilería, parecían englobar<br />
más bien el futuro, de modo que cruzar aquel umbral, si es que así podía llamarse, para<br />
pasar al alargado vestíbulo de acero pavonado y plata dorada, con las innumerables facetas<br />
de sus muchos espejos extrañamente biselados, era una especie de sacudida eléctrica, un<br />
verdadero ataque de nervios, una experiencia tan antinatural como tomar un desayuno de<br />
harina de avena y hachís. Pero el efecto que producía no era comparable al de ninguna de<br />
las secciones de la Exposición de Artes Decorativas, puesto que había gente dentro, no<br />
delante. A Rosemary le parecía todo tan distante, tan falsamente estimulante como los<br />
decorados de un plató, y se imaginó que todos los demás que estaban allí tendrían la misma<br />
sensación.<br />
Había unas treinta personas, la mayor parte de ellas mujeres, y todas parecían arrancadas de<br />
las páginas de Louise M. Alcott o Madame de Ségur. Se movían por aquel plató con la<br />
misma cautela y precisión de una mano humana recogiendo vidrios rotos. No podía decirse<br />
que, individualmente o en grupo, dominaran aquel ambiente de la manera que alguien<br />
puede llegar a dominar una obra de arte de su propiedad, por muy esotérica que ésta sea.<br />
Nadie sabía cuál era el significado de aquella sala porque representaba una evolución hacia<br />
algo que podía llamarse cualquier cosa menos una sala. Existir en ella era tan difícil como<br />
andar por una escalera en movimiento demasiado bien encerada, y no había posibilidad<br />
alguna de lograrlo sin las cualidades mencionadas de una mano moviéndose entre vidrios<br />
rotos, cualidades que limitaban y definían a la mayoría de los allí presentes.<br />
Los había de dos clases. Por una parte estaban los americanos e ingleses que se habían<br />
entregado a una vida disipada durante toda la primavera y el verano, de modo que todo lo<br />
que hacían ya era un puro reflejo nervioso. <strong>Es</strong>taban muy tranquilos y aletargados a<br />
determinadas horas y luego se enzarzaban de pronto en peleas o tenían crisis nerviosas o intentaban<br />
seducir a alguien. <strong>La</strong> otra clase, que se podría llamar la de los explotadores, estaba<br />
formada por los parásitos, gente sobria y seria en comparación con la anterior, que tenían<br />
un objetivo en la vida y no perdían el tiempo. Donde mejor mantenían el equilibrio era en