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Suave Es La Noche

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277<br />

Anduvo por la casa bastante satisfecha, con la seguridad que le daba lo que había<br />

conseguido. Haber infringido las reglas era un motivo de satisfacción: ya había dejado de<br />

ser una cazadora de animales acorralados. Lo del día anterior se le volvía a presentar en<br />

todos sus innumerables detalles, detalles que empezaban a sobreponerse sobre sus recuerdos<br />

de momentos similares con Dick, cuando su amor por él era nuevo y estaba intacto.<br />

Empezaba a menospreciar ese amor y estaba llegando a pensar que había estado empañado<br />

por una especie de rutina sentimental desde el principio. Con la memoria oportunista que<br />

tienen las mujeres, apenas se acordaba de lo que había sentido cuando Dick y ella se habían<br />

entregado el uno al otro en lugares secretos en todos los rincones del mundo, durante el mes<br />

anterior a su matrimonio. Por eso había podido mentirle a Tommy la noche anterior cuando<br />

le juró que jamás se había sentido tan enteramente, tan completamente, tan absolutamente...<br />

Pero el remordimiento por aquel momento de traición, que equivalía a despreciar<br />

olímpicamente diez años de su vida, fe hizo dirigir sus pasos hacia el santuario de Dick.<br />

Se acercó sigilosamente y vio que estaba detrás de la casita, sentado en una hamaca junto al<br />

pretil del acantilado. Lo estuvo observando un momento en silencio. <strong>Es</strong>taba meditando,<br />

sumido en un mundo enteramente propio, y por los pequeños movimientos de su rostro, las<br />

cejas que alzaba o fruncía, los ojos que entornaba y volvía a abrir, los labios que apretaba y<br />

luego entreabría, los gestos que hacía con las manos, comprendió que estaba pasando<br />

revista en su pensamiento, etapa por etapa, a toda su vida, pero a su propia vida, no la de<br />

ella. Hubo un momento en que apretó los puños y se inclinó hacia adelante, y otro en que se<br />

vieron reflejados en su rostro el tormento y la desesperación que sentía y, cuando pasó ese<br />

momento, quedaron impresas sus huellas en sus ojos. Casi por primera vez en su vida,<br />

Nicole sintió pena por él. <strong>Es</strong> difícil que los que han tenido algún trastorno mental puedan<br />

sentir pena por los que están bien, y, aunque Nicole muchas veces había reconocido de<br />

palabra que gracias a él había podido volver al mundo que había perdido, en realidad<br />

siempre había pensado que estaba dotado de una energía inagotable, que no conocía lo que<br />

era la fatiga. Había olvidado todos los problemas que le había causado a él en cuanto pudo<br />

olvidar todos los problemas que ella misma había tenido. ¿Era consciente él de que ya no<br />

tenía ningún poder sobre ella? ¿O acaso era él el que lo había querido así? Sentía tanta pena<br />

por él como la había sentido a veces por Abe North y su abyecto destino, tanta como la que<br />

le inspiraba la impotencia de los niños de pecho y los ancianos. Se acercó a él y le pasó el<br />

brazo por los hombros, y uniendo su cabeza a la suya, dijo:<br />

-No estés triste.<br />

<strong>La</strong> miró fríamente.<br />

-¡No me toques! -dijo.<br />

Confundida, retrocedió unos pasos.

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