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255<br />
VII<br />
Pero al ir a la playa con Dick a la mañana siguiente, le había vuelto el temor de que él<br />
estuviera tratando de hallar una solución desesperada. Desde la noche en el yate de Golding<br />
intuía lo que estaba pasando. Tan delicado era el equilibrio que mantenía entre un viejo<br />
punto de apoyo que siempre le había procurado seguridad y la inminencia de un salto que,<br />
una vez dado, tendría que cambiarla hasta en la última molécula de su carne y de su sangre,<br />
que no se atrevía a llevar el asunto al terreno de lo consciente. Tenía una visión de Dick y<br />
de ella misma imprecisa, cambiante, como dos figuras espectrales atrapadas en una especie<br />
de danza macabra. Desde hacía meses, cada palabra parecía tener otro significado distinto<br />
del más evidente, que sólo se aclararía cuando Dick así lo determinase. Aunque ese estado<br />
de ánimo era tal vez más esperanzador (los largos años de mero existir habían tenido un<br />
efecto vivificador sobre aquellas partes de su naturaleza que la temprana enfermedad había<br />
destruido y a las que Dick no había conseguido llegar, no por culpa suya, sino simplemente<br />
porque no hay naturaleza que se pueda extender totalmente en el interior de otra), no dejaba<br />
de ser inquietante. El aspecto menos afortunado de sus relaciones era la indiferencia cada<br />
vez mayor de Dick, que de momento se manifestaba en lo mucho que bebía. Nicole no sabía<br />
si iba a ser aplastada o no le iba a pasar nada; la voz de Dick, vibrante de insinceridad,<br />
la confundía. Le resultaba imposible imaginar cómo se iba a comportar de un día a otro: era<br />
como una alfombra que se fuera desenrollando lenta y tortuosamente. Y tampoco se podía<br />
imaginar lo que ocurriría al final, en el momento del salto.<br />
Lo que pudiera ocurrir después no le inquietaba: sospechaba que sería como liberarse de<br />
una carga, como quitarse una venda de los ojos. Nicole estaba hecha para el cambio, para el<br />
vuelo, y el dinero eran sus aletas y sus alas. Su nueva situación sería equivalente a la del<br />
chasis de un coche de carreras que, después de estar oculto durante años bajo la carrocería<br />
de un coche familiar, volviese a su destino inicial. Nicole ya empezaba a sentir la brisa<br />
fresca; lo que temía era el momento de la ruptura, y la manera oscura en que iba a llegar.<br />
Los Diver se instalaron en la playa con sus bañadores blancos que parecían aún más<br />
blancos sobre sus cuerpos bronceados. Nicole observó que Dick estaba buscando con la<br />
mirada a sus hijos entre las formas y sombras confusas de aquella multitud de sombrillas y,<br />
sintiéndose libre momentáneamente al saber que no estaba pensando en ella, lo examinó<br />
con frialdad y llegó a la conclusión de que no estaba tratando de encontrar a sus hijos para<br />
protegerlos sino para sentirse protegido. Probablemente era la playa lo que temía, como un<br />
soberano destronado que visitara en secreto su antiguo reino. Nicole había llegado a odiar<br />
aquel mundo suyo de bromas sutiles y detalles finos, olvidando que durante muchos años<br />
había sido el único mundo al que había tenido acceso. Que viera ahora su playa, que había<br />
degenerado al gusto de los que no tenían gusto; podría pasarse el día entero buscando y no