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Suave Es La Noche

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197<br />

-Piensa en cuánto me quieres -había susurrado-. No te voy a pedir que me quieras siempre<br />

como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase, siempre quedará en mí algo<br />

de lo que soy esta noche.<br />

Pero Dick se había alejado de ella para poder salvarse y se puso a pensar en ello. Se había<br />

perdido á sí mismo, aunque no hubiera podido decir la hora, el día o la semana, el mes o el<br />

año en que aquello había ocurrido. En otros tiempos había sido capaz de vencer las<br />

dificultades y resolvía la más enrevesada de las ecuaciones como si se tratara del problema<br />

más simple del menos complicado de sus pacientes. Pero entre el momento en que había<br />

encontrado a Nicole como una flor bajo una piedra del lago de Zurich y el de su encuentro<br />

con Rosemary, aquella capacidad había desaparecido.<br />

Aunque no era por naturaleza nada codicioso, el ejemplo de su padre, que había luchado<br />

por salir adelante en parroquias pobres, había despertado en él un deseo de tener dinero. No<br />

se trataba de la saludable necesidad de sentir seguridad: nunca se había sentido más seguro<br />

de sí mismo, más totalmente independiente, que en la época en que se casó con Nicole. Y,<br />

sin embargo, lo habían comprado como a un gigoló y de algún modo había permitido que<br />

encerraran su caudal en las cajas de seguridad de los Warren.<br />

-Deberíamos haber celebrado un contrato de compraventa en toda la regla, pero todavía no<br />

se ha cerrado la transacción. He malgastado ocho años enseñando a los ricos las reglas más<br />

elementales de la ética, pero todavía no he dicho la última palabra. Todavía me quedan<br />

demasiadas cartas por jugar.<br />

Prolongó su paseo entre los rosales descoloridos y los dulces helechos húmedos que apenas<br />

distinguía en la oscuridad.<br />

<strong>La</strong> temperatura era suave para el mes de octubre, pero hacía suficiente fresco como para<br />

que tuviera que llevar una chaqueta gruesa de tweed abotonada al cuello con una pequeña<br />

cinta elástica. Se destacó una silueta de la forma oscura de un árbol y Dick supo, sin<br />

necesidad de verla, que era la mujer con la que se había cruzado en el vestíbulo cuando<br />

salía. Había llegado a un punto en que se enamoraba de todas las mujeres bonitas que veía,<br />

de sus siluetas a lo lejos, de sus sombras en un muro.<br />

<strong>La</strong> mujer le daba la espalda mientras contemplaba las luces de la ciudad. Dick encendió una<br />

cerilla y ella debió oír el sonido, pero permaneció inmóvil.<br />

¿Era aquello una invitación, o una indicación de que estaba ajena a todo? Dick llevaba<br />

mucho tiempo alejado del mundo en el que los deseos simples se satisfacen de una manera<br />

simple y se sentía torpe e inseguro. ¿No habría algún código secreto por el que se<br />

reconocieran entre sí rápidamente los que vagaban en la oscuridad de los balnearios?<br />

Tal vez fuera él el que tuviera que dar el siguiente paso. Los niños, aunque no se conozcan,<br />

simplemente se sonríen y dicen: ¿Jugamos?

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