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Suave Es La Noche

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196<br />

siquiera vamos a poder cenar contigo. Resulta que el príncipe tenía una vieja amiga en Munich.<br />

<strong>La</strong> llamó por teléfono, pero hacía cinco años que había muerto, y vamos a cenar con<br />

las dos hijas.<br />

El príncipe asintió con un gesto.<br />

-Tal vez podría arreglarlo para que viniera también el doctor Diver.<br />

-No, no -se apresuró a decir Dick.<br />

Durmió profundamente y le despertaron los lentos acordes de una marcha fúnebre ante su<br />

ventana. Era una larga columna de hombres de uniforme que llevaban los típicos cascos de<br />

la guerra del 14, hombres gruesos con levita y chistera, burgueses, aristócratas, hombres del<br />

pueblo. Se trataba de una asociación de ex combatientes que iba a depositar coronas de<br />

flores en las tumbas de los caídos. <strong>La</strong> columna avanzaba lentamente, con un aire que<br />

evocaba un esplendor perdido, un esfuerzo del pasado, un dolor ya olvidado. Aunque la<br />

tristeza de sus caras era sólo de circunstancias, Dick sintió una emoción en la que se<br />

mezclaban el pesar por la muerte de Abe y el lamento por su propia juventud de diez años<br />

atrás.<br />

XVIII<br />

Dick llegó a Innsbruck al atardecer; envió su equipaje a uno de los hoteles y se fue<br />

caminando al centro. A la luz del crepúsculo, el emperador Maximiliano oraba de rodillas<br />

sobre su fúnebre comitiva de bronce; cuatro novicios de un seminario jesuita paseaban<br />

leyendo por los jardines de la universidad. Los recuerdos en mármol de antiguos asedios,<br />

bodas y aniversarios se desvanecieron rápidamente al ponerse el sol, y Dick tomó erbsensuppe<br />

con trocitos de salchicha, se bebió cuatro jarritas de Pilsener y rehusó un postre<br />

imponente llamado kaiser-schmarren.<br />

A pesar de la proximidad de las montañas, Suiza estaba lejos, y Nicole estaba lejos.<br />

Paseando por el jardín más tarde, cuando ya era completamente de noche, pensó en ella de<br />

manera desapasionada y comprendió que la quería por lo que de mejor había en ella.<br />

Recordó una ocasión en que la hierba estaba húmeda y ella había ido a su encuentro a paso<br />

ligero con las finas zapatillas empapadas por el rocío. Había puesto los pies encima de sus<br />

zapatos y se había apretado contra él, ofreciéndole la cara como un libro abierto en una<br />

página.

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