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Suave Es La Noche

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150<br />

-No me da usted ni una oportunidad.<br />

-¿Qué?<br />

Aquella impertinencia, que parecía dar a entender que tenía derecho a invadirle, le dejó<br />

anonadado. Salvo que aceptara la anarquía total, no se le ocurría pensar en ninguna<br />

oportunidad que Nicole Warren mereciera.<br />

-Dámela ahora.<br />

A Nicole se le enronqueció la voz hasta hundirse en su pecho, y al acercarse a él, se tensó<br />

sobre su corazón el prieto corpiño que llevaba. Dick sintió la frescura de sus labios, su<br />

cuerpo que suspiraba de alivio en el abrazo que se hacía más fuerte. Ya no cabía hacer plan<br />

alguno, porque era como si Dick hubiera hecho arbitrariamente una mezcla indisoluble al<br />

unir unos átomos que ya no se podían separar; se podría desechar la mezcla, pero los<br />

átomos ya nunca podrían volver a ocupar el lugar que les correspondía en la escala atómica.<br />

Mientras la tenía abrazada y sentía su sabor, y ella se doblaba más y más entregándose a él,<br />

entregándole sus labios, que hasta para ella eran nuevos, ahogada y sumida en amor y sin<br />

embargo apaciguada y triunfante, se alegraba simplemente de existir, aunque sólo fuera<br />

como un reflejo en los ojos húmedos de Nicole.<br />

-¡Oh Dios! -dijo jadeante-. Qué maravilla besarte.<br />

<strong>Es</strong>o sólo eran palabras, pero Nicole lo tenía en su poder ya y no lo iba a soltar. De pronto se<br />

hizo la coqueta y se apartó, dejándolo tan suspenso como lo había estado en el funicular esa<br />

misma tarde. Pensaba: «Así aprenderá a no ser tan engreído; vaya manera de tratarme. Ah,<br />

pero fue ¡tan maravilloso! Ya lo tengo: es mío». Ahora le tocaba huir, pero era todo tan<br />

tierno y tan nuevo que andaba despacio, como si temiera dejar de sentirlo.<br />

De pronto se estremeció. Allá abajo, a una distancia de seiscientos metros, se veían el collar<br />

y la pulsera de luces que eran Montreux y Vevey y, más allá, el oscuro colgante de<br />

<strong>La</strong>usana. Desde algún lugar de aquel abismo subía el débil sonido de una música de baile.<br />

Nicole tenía ya la mente despejada. Lo veía todo con frialdad y estaba tratando de confrontar<br />

los recuerdos sentimentales de su infancia con la misma determinación con que va a<br />

emborracharse un soldado después de una batalla. Pero seguía temiendo a Dick, que estaba<br />

cerca de ella, apoyado, en una de sus posturas características, en la cerca de hierro que<br />

bordeaba la herradura; y esto la llevó a decir:<br />

-Recuerdo que solía esperarte en el jardín sosteniendo todo mi ser en los brazos como un<br />

cesto de flores. Ésa al menos es la impresión que tenía. Me parecía tan encantador, estar allí<br />

esperando para entregarte ese cesto de flores.

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