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Como reacción a toda la violencia anterior, actuaba con una despreocupación excesiva,<br />
como una niña que se creía con derecho a todo, con lo cual sólo consiguió hacer recordar a<br />
los Diver su amor exclusivo por sus propios hijos, y en un breve lance entre las dos<br />
mujeres, Nicole supo poner a Rosemary en su sitio, diciéndole secamente:<br />
-Más vale que le des el recado a algún camarero. Nosotros nos vamos ya.<br />
Rosemary lo entendió y aceptó la lección sin rencor.<br />
-Muy bien. Adiós pues, queridos.<br />
Dick pidió la cuenta. Al quedarse solos los dos, se relajaron; ambos se pusieron a morder<br />
palillos.<br />
-Bueno -dijeron a la vez.<br />
Dick vio que una breve sombra de tristeza fruncía los labios de Nicole, tan breve que sólo<br />
él podía haberla percibido, y podía fingir que no la había visto. ¿En qué pensaba Nicole?<br />
Rosemary era una de las doce personas de las que Dick se había «hecho cargo» en los<br />
últimos años. Entre las otras se contaban un payaso de circo francés, Abe y Mary North,<br />
una pareja de bailarines, un escritor, un pintor, una actriz cómica del «Grand-Guignol», un<br />
pederasta medio loco de los Ballets Rusos y un tenor prometedor al que le habían<br />
financiado la estancia en Milán durante un año entero. Nicole sabía perfectamente que<br />
todas esas personas se tomaban muy en serio su interés y su entusiasmo, pero también sabía<br />
que, salvo cuando nacieron sus hijos, Dick no había pasado una sola noche separado de ella<br />
desde que se casaron. Por otra parte, Dick poseía un encanto especial que no tenía más<br />
remedio que utilizar. Los que poseían esa clase de encanto tenían que seguir ejerciéndolo y<br />
seguir atrayendo a una serie de gente con la que luego no sabían qué hacer.<br />
Dick se endureció y dejó que pasara el tiempo sin hacer el menor gesto de complicidad, sin<br />
darle la menor prueba de aquella maravilla constantemente renovada que era la unión de los<br />
dos en uno solo.<br />
El sureño Collis Clay consiguió abrirse paso entre las apretadas mesas y saludó a los Diver<br />
con un exceso de desenvoltura. A Dick esa clase de saludos le dejaban siempre atónito<br />
(gente que apenas conocían y que les decía: «¿Qué hay?», o le hablaba sólo a uno de ellos<br />
como si el otro no estuviera presente). Tan importantes eran para él sus relaciones con la<br />
gente que en momentos de apatía prefería permanecer oculto; que alguien se comportara en<br />
su presencia con desenfado era como un desafío a las pautas por las que se regía su vida.<br />
Collis, que no se daba cuenta de que su llegada en aquel momento era inoportuna, la<br />
pregonó diciendo:<br />
-Parece que llego tarde. El pájaro ha volado.