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Suave Es La Noche

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280<br />

Se sentó a los pies de la cama de Nicole y le contó cómo había sacado al viejo Gausse de su<br />

sueño comatoso de alsaciano, le había dicho que dejara limpia la caja y había ido en coche<br />

con él a la comisaría.<br />

-No quiero hacer nada por esa inglesa -refunfuñaba Gausse.<br />

Mary North y <strong>La</strong>dy Caroline, vestidas con trajes de marinero francés, estaban repantigadas<br />

en un banco delante de las dos celdas mugrientas. <strong>La</strong> segunda de ellas tenía el aire ofendido<br />

de un ciudadano británico que esperase que de un momento a otro fuera a acudir en ayuda<br />

suya toda la flota del Mediterráneo. Mary Minghetti estaba en un estado de pánico, al borde<br />

de la postración. Al ver a Dick se había lanzado literalmente a su estómago, como si fuera<br />

el punto con el que mejor se relacionara, y le había suplicado que hiciera algo. Entre tanto,<br />

el comisario le explicaba a Gausse lo que había ocurrido y éste escuchaba cada palabra que<br />

decía con renuencia, dividido entre la necesidad de mostrar que apreciaba debidamente las<br />

dotes narrativas del oficial de policía y la de mostrar que, como perfecto servidor que era,<br />

aquella historia no le escandalizaba lo más mínimo.<br />

-Fue sólo para divertirnos -dijo <strong>La</strong>dy Caroline con desprecio-. <strong>Es</strong>tábamos haciendo como<br />

que éramos marineros de permiso y nos llevamos a una pensión a dos muchachas<br />

completamente estúpidas. Allí se nos pusieron nerviosas y nos hicieron una escena de lo<br />

más desagradable.<br />

Dick asentía gravemente, con la mirada fija en el suelo de piedra, como un sacerdote en el<br />

confesionario. Por un lado, se sentía inclinado a soltar una carcajada burlona y, por otro,<br />

habría ordenado que les dieran cincuenta latigazos y las tuvieran dos semanas encerradas a<br />

pan y agua. Le desconcertaba no ver en el rostro de <strong>La</strong>dy Caroline el menor rastro de<br />

culpabilidad; para ella todo el mal parecían haberlo causado unas timoratas muchachas<br />

provenzales y la estupidez de la policía. No obstante, había llegado a la conclusión hacía<br />

mucho tiempo de que determinados tipos de ingleses tenían en su esencia un desprecio tan<br />

marcado hacia el orden social que, en comparación, los excesos de Nueva York parecían<br />

algo así como la indigestión que tenía un niño por tomar demasiados helados.<br />

-Tengo que salir de aquí antes de que se entere Hosain -suplicaba Mary-. Dick, tú que<br />

siempre lo sabes arreglar todo. Siempre lo sabías arreglar. Diles que de aquí nos vamos a<br />

casa. Que pagaremos lo que sea.<br />

-No pienso pagar nada -dijo <strong>La</strong>dy Caroline con desdén-. Ni un chelín. Pero sí me gustaría<br />

saber lo que tiene que decir sobre esto el Consulado en Cannes.<br />

-¡No, no! -insistió Mary-. Tenemos que salir de aquí esta misma noche.<br />

-Voy a ver lo que puedo hacer -dijo Dick. Y añadió:<br />

-Pero, por supuesto, algún dinero tendrá que pasar de unas manos a otras.

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